Por: Amaury Sánchez
En México, la muerte no sólo es el final de una vida, sino, con frecuencia, el inicio de batallas encarnizadas que parecen salidas de una tragicomedia de enredos legales y políticos. Así ha sucedido con la sucesión testamentaria de Don Luis, un hombre cuya herencia no solo dejó bienes materiales, sino un campo de batalla que ha sacado lo peor de ciertos personajes.
Se habla mucho del supuesto Estado de derecho, pero, en este caso, parece que el “derecho” se quedó dormido y los “estados” de corrupción tomaron las riendas. Apenas falleció Don Luis e inmediatamente los hermanos Masayi Gonzalez Uyeda y Abrahan González Uyeda quw sus nombres son de dominio público, mencionaremos para que quede claro quienes son, pies estos angelitos Lecheros – movieron cielo, tierra y contactos en los pasillos del poder judicial para imponer a un albacea digno de novela de terror: Alejandro Escoto Ratscovich.
El susodicho, con el respaldo del Juez Octavo de lo Familiar el Lic. Melchor Augusto Gomez Cordova se metió a la sucesión como un Mangante que entra por la ventana, ignorando el testamento donde Don Luis había designado a su hijo Luis Rabinal como albacea legítimo. Este “albacea exprés” llegó no solo a usurpar funciones, sino a destituir al equipo legal que llevaba cinco años defendiendo los intereses de la familia. El propósito era claro: dejar a la familia de Don Luis a la deriva y facilitarle el trabajo sucio a Madayi Gonzalez Uyeda y a su hermanó Abrahan .
Y, como en cualquier obra de teatro bien orquestada, el juez actuó como un lacayo obediente. Entre allanamientos legales y un comportamiento sospechosamente negligente, todo parecía diseñado para entregar el patrimonio familiar a estos “pillos con corbata” que, no satisfechos con su poder político y económico, se comportaron como saqueadores en tierra de nadie.
Sin embargo, subestimaron a la familia de Don Luis. Armados con el apoyo de varios despachos legales –y, sospechamos, una buena dosis de indignación y amor propio–, lograron revertir gran parte de estas maniobras fraudulentas. Un tribunal de mayor rango puso las cosas en su lugar al confirmar que la sucesión debía proceder según los deseos expresos en el testamento.
Aunque el albacea usurpador sigue intentando mover piezas para debilitar a la familia, el reloj legal parece estar corriendo en su contra. De este oscuro episodio podemos extraer, al menos, una lección: la justicia mexicana, aunque lenta y vulnerable a la corrupción, aún tiene espacios donde la verdad puede salir a flote. Eso sí, no sin antes librar una guerra de desgaste emocional, económico y moral.
En el fondo, lo que queda claro es que la verdadera riqueza de Don Luis no eran sus bienes, sino una familia que no se rinde ante la adversidad, ni siquiera cuando el enemigo viste toga y birrete. Porque si algo nos enseña esta historia, es que las cochinadas legales no son eternas; tarde o temprano, hasta los fraudes más elaborados terminan colapsando bajo su propio peso.
Así que, Masayi Gonzalez Uyeda y su brody y compañía: disfruten mientras puedan, porque en esta tragicomedia, los villanos siempre terminan por caer del escenario.
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