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“Zedillo, el Nostradamus de la Democracia Perdida”

Por: Amaury Sánchez

Ay, Don Ernesto Zedillo, cómo no extrañarlo. Siempre tan serio, tan académico, tan “todo lo sé porque fui presidente”. Desde los fríos salones de Yale, el exmandatario lanza advertencias cual oráculo del apocalipsis: “México ya no es democrático”. ¡Ah, caray! No cabe duda de que, desde Connecticut, las cosas se ven con más claridad… o quizá con más nostalgia.

Zedillo nos alerta de que estamos “a dos de convertirnos en autocracia”. Claro, porque él, experto en reformas económicas dolorosas y defensor a ultranza del sistema de partidos de los noventa, ahora es el guardián de la democracia. Es cierto que Claudia Sheinbaum y Morena tienen su forma peculiar de operar (a veces con un desparpajo digno de telenovela), pero ¿no será que a Don Ernesto le arde que las piezas del rompecabezas neoliberal que armó en su sexenio están siendo desmanteladas una por una?

Eso sí, las metáforas de Zedillo son poesía pura: que si “píldora de cianuro” por aquí, que si “caudillo en una oficina oculta” por allá. Hasta pareciera que extraña aquellos tiempos donde las reformas constitucionales se cocinaban a puerta cerrada, con el clásico aroma del consenso entre priistas, panistas y sus amigos del ITAM.

Pero, hablemos en serio, Zedillo plantea algo muy importante: el equilibrio de poderes en México está en riesgo. La centralización del poder en Morena, la subordinación de instituciones clave y las reformas judiciales son señales preocupantes. Sin embargo, ¿de verdad es tan catastrófico como lo pinta el exmandatario? ¿O estamos frente a un “drama político premium” diseñado para golpear al gobierno de Sheinbaum? Porque no olvidemos que este hombre no es un observador neutral; es un político que dejó huella… y cicatrices.

Y, bueno, esa recomendación de Zedillo sobre aplazar las reformas de López Obrador vía artículo transitorio es una joya de cinismo. Básicamente, pide que hagamos pausa en la transformación, no vaya a ser que los mexicanos terminen acostumbrándose a este nuevo orden político. ¡Ah, cómo les duele a algunos que los votantes hayan optado por otro modelo!

El discurso de Zedillo tiene eco entre quienes añoran un México distinto, donde la “democracia” era más controlada y los poderes económicos tenían asiento reservado en Los Pinos. Pero, ojo, también tiene razón en algo: gobernar con autoridad no es sinónimo de concentrar el poder. Sheinbaum tendrá que demostrar que puede liderar sin caer en la sombra de su predecesor, López Obrador, porque una autocracia disfrazada de democracia sería un error monumental.

Al final, mientras Zedillo sigue filosofando desde su trinchera académica, nosotros, los de a pie, seguimos lidiando con el México real: inseguridad, inflación, desigualdad. Quizá, en lugar de despotricar, el expresidente podría mandarnos un manual de “cómo salvar una democracia en crisis”. Digo, ya que anda tan inspirado.

Y bueno, si Zedillo cree que esta “democracia perdida” es el fin del mundo, tal vez debería recordar que en su sexenio tampoco andábamos de fiesta. Porque, como diría la tía Chonita: “Criticar es fácil, gobernar, no tanto”.


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