Por Carlos Anguiano
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Un nuevo gobierno federal está en funciones y desarrollando agenda, programas y políticas públicas de manera ordinaria. Con alto margen de maniobra derivado del triunfo electoral obtenido, además de la mayoría en ambas Cámaras, la de Diputados y la de Senadores, el recorrido por la gestión institucional de Claudia Sheinbaum genera beneplácito para millones de mexicanas y de mexicanos.
No obstante ello, es imposible no mencionar que una basta cantidad de mexicanos aún permanecen reticentes a festejar e idolatrar a su gobierno. Legítimo y legal, pero pese a ello, dos grandes bloques, los abstencionistas y los opositores, por diversos motivos y factores, mantienen distancia, cautela, repudio y desaprobación hacia la autoridad federal.
Más allá de las ideologías partidistas, los altos niveles de corrupción en el sistema, el incremento de la inseguridad pública, la histórica deuda de la justicia ante los grupos sociales más desprotegidos, la pérdida de poder adquisitivo y la carencia de servicios de salud y educación, son sin duda problemas sin resolver, qué se han venido acumulando y volviendo crónicos.
Una gran parte de los mexicanos han decidido voluntaria o involuntariamente, dejar de ver los problemas que lastiman a prácticamente todos los mexicanos. Una mentalidad positiva, resiliente, impregna la conducta de quienes esperan que la situación cambie y las cosas mejoren. La esperanza no es método y sin hacer que cambien las causas, es irracional esperar un resultado diferente.
Por otra parte, los mexicanos que han perdido la paciencia, que insisten en que se puede estar mejor que ahora, que los cambios que no han llegado deben empujarse, deben de lucharse y deben hasta forzarse para que sucedan, siguen siendo una mayoría no definitoria y su accionar, sin rumbo ni proyecto ni organización.
Trabajar con el gobierno o en el gobierno no es por sí mismo malo; tampoco lo es apoyar los logros y las buenas acciones que cualquier gobierno del nivel o periodo que sea, realice para bien de la comunidad. Tampoco es malo criticar, oponerse racionalmente, impulsar el debate social, intentar provocar el despertar ciudadano o cultivar conciencias entre la ciudadanía con miras a crear cultura democrática y justicia social.
Malo, es lo que provocan quienes creen que no hacer nada, que engrosan a la apatía y renuncian a la crítica por comodidad, desánimo, frustración o corrupción. Esos son los mexicanos que hacen daño, que no hacen falta, que no le sirven ni a propios ni a ajenos.
La energía social, corre por los conductos que le son cómodos al gobierno federal, sin desbordarse, sin incomodar realmente al régimen ni provocar cambio alguno en nuestra sociedad.
La verdadera voz de la oposición mexicana, aún no logra configurarse ni unificarse en una voz que sea escuchada. Aquellas y aquellos que no militan en algún partido político, que no cobran ni viven del presupuesto del gobierno, que viven cada día procurando ganarse la vida para impulsar a sus familia y salir adelante, que ven en el gobierno a un obstáculo más que a una ayuda, que creen que la corrupción desbordada y los excesos del poder deben controlarse y combatirse, aún no encuentran un común denominador que los cohesione y de forma.
Mientras tanto, el gobierno actual debe aprovechar el gran bono democrático que la sociedad le ha brindado para accionar, para restaurar el orden, para mejorar los procesos y servir mejor a los mexicanos. La oportunidad de realizar un buen gobierno debe ser la mejor alternativa para el avance de una nación. Si los resultados positivos son visibles, el desgano, la apatía y la oposición no germinaran ni podrán crecer. Un buen gobierno lo es todo: esperanza, motivo, razón y afecto.
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