Por Amaury Sánchez
¡Ah, Trump! Ese personaje que se las da de estratega económico, pero que cuando mueve una ficha en el tablero internacional, termina haciendo un tiradero en casa. El hombre tiene una fijación casi obsesiva con dos cosas: la opinión pública y los mercados. Si las encuestas lo aprietan, se pone duro con los migrantes; si las bolsas tiemblan, le echa la culpa a los socios comerciales. Y mientras tanto, México y Canadá están en el incómodo papel de ratones atrapados en el laberinto de sus caprichos arancelarios.
Resulta que el buen Trump decidió que imponer aranceles es la solución mágica para que las empresas vuelvan corriendo a suelo gringo a instalar sus fábricas. Claro, porque nada atrae inversiones como la incertidumbre y el riesgo de inflación desbocada, ¿verdad? El mercado reaccionó como era de esperarse: con un ataque de nervios que dejó temblando a Wall Street. Y ahí está Trump, con cara de «¿qué hice mal?» mientras la aprobación en las encuestas sigue cayendo como piano desde un quinto piso.
Pero aquí es donde entra nuestra presidenta Sheinbaum, quien, con un temple digno de una partida de póker, asegura que los aranceles no van a pasar… aunque ya están pasando. Lo de la «pausa» es más bien como cuando el dentista te dice «solo sentirás un poco de presión» justo antes de arrancarte una muela. El acero y el aluminio mexicanos ya están en la mira, y las empresas exportadoras empiezan a sentir que la fiesta se les está acabando.
Ahora, algunos se han apresurado a decir que fue la gran diplomacia de Sheinbaum la que evitó el desastre arancelario. ¡Por favor! Trump no frenó porque le caigamos bien o porque Claudia tenga poderes hipnóticos. No, señor. Si frenó, fue porque el mercado le gritó: «¡Te estás disparando en el pie!» Nada hace temblar más a un presidente gringo que la posibilidad de una recesión justo antes de unas elecciones intermedias.
Lo que sí es cierto es que México y Canadá tienen que ponerse las pilas. Raymundo Rivapalacio dice que lo mejor sería adelantar la revisión del T-MEC para que Trump no nos vuelva a salir con una sorpresa de último minuto. Y tiene razón. Si Trump insiste en imponer aranceles con revisión mensual, las empresas van a empezar a empacar antes de que llegue el próximo cobro. México y Canadá tienen que actuar rápido y con estrategia, porque si esperan a que Trump se calme solo, van a descubrir que la paciencia no es precisamente su virtud.
Y por si fuera poco, está el tema migratorio y de seguridad. Trump quiere resultados, y rápido. Pero aquí el problema no es solo la presión externa; el gobierno mexicano también está atrapado en una red interna de complicidades con el crimen organizado. Si Sheinbaum decide ir a fondo, puede desatar una crisis política interna que haría ver a los aranceles como un problema menor. Si no lo hace, Trump tendrá la excusa perfecta para volver a la carga con más aranceles y más amenazas.
Así que ahí lo tienen. Trump sigue jugando al gato y el ratón con México y Canadá, mientras los mercados miran de reojo y las encuestas le advierten que el piso se le está moviendo. Sheinbaum tiene que caminar por la cuerda floja entre la diplomacia, la economía y la política interna. Y Trump… bueno, él seguirá siendo Trump: impredecible, testarudo y convencido de que el mundo gira alrededor de sus ocurrencias. ¡Sujétense, porque el show apenas empieza!
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