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Texcoco: El aeropuerto que no voló… pero sí levanta polvo

Por Amaury Sánchez

Si usted creía que Enrique Peña Nieto andaba perdido en alguna terraza de Madrid tomando tintos de verano y haciéndose el español por conveniencia diplomática… pues no. Resulta que el ex presidente —sí, ese de las selfies con el copete desafiando la gravedad— decidió volver del exilio fashionista para defender su más grande sueño húmedo: el aeropuerto de Texcoco.

Y lo hizo a su manera: sin conferencia, sin redes, sin memes. No. Lo suyo fue un documental serio-serio producido por un centro de estudios con nombre de notario público: el CEEY (Centro de Estudios Espinosa Yglesias, pa’ que vea que no es chiste). Ahí, Peña reaparece como quien sale de la ducha política: con cara limpia, voz melancólica y el alma llena de asombro porque “no entendió por qué cancelaron su aeropuerto”.

—“Yo pensé que le iban a hacer ajustes, pero no cancelarlo…” dijo el ex presidente, con ese tono de señor que dejó la olla en la estufa y ya se le quemó el arroz… o los contratos.

Pero no se apure, que aquí la presidenta Claudia Sheinbaum no se quedó callada. ¡No, señor! En su ya tradicional “Mañanera del Pueblo” —porque ya no es la del Peje, ahora es la de la Doctora—, salió con todo y argumentos técnicos, ecológicos y hasta hidráulicos. Explicó que el terreno de Texcoco se hunde más rápido que las encuestas del PRI, que el sitio era un vaso regulador y que, oh sorpresa, lo que de verdad querían era hacer un Santa Fe II en los terrenos del actual aeropuerto.

—“Ahí estaba el gran negocio”, dijo Claudia, señalando con el índice ese punto exacto donde convergen la corrupción, la codicia y los renders con árboles de mentira.

Sí, porque el NAIM no era solo una terminal aérea: era un paquete completo con torre de control, duty free, y —¡atención desarrolladores inmobiliarios!— un terreno tan jugoso que ya tenía nombre de fraccionamiento fifí: “Bosques del Hangar”, “Residencial Pista Uno” o algo por el estilo.

Y claro, los amigos de Peña —esos que firman contratos con tinta invisible— no iban a salir perdiendo. Por eso hoy, desde el otro lado del océano, el ex presidente levanta la ceja, se acomoda el copetito y suelta la pregunta del millón: “¿Por qué no quisieron mi aeropuerto bonito?”

La respuesta es fácil: porque el suelo era un chicle, el proyecto era un barril sin fondo y el negocio era más turbio que contrato en Segalmex. Pero bueno, para eso está el documental, ¿no? Para darle a Peña su minuto de redención, su espacio para llorar por la obra perdida, como quien recuerda con nostalgia a un amor tóxico.

Ahora bien, la reacción de Sheinbaum no fue solo técnica. Fue política, quirúrgica y con todo el filo del bisturí de un gobierno que no perdona “herencias malditas”. Y aunque con diplomacia dijo que es “muy pronto para saber por qué Peña aparece en el documental”… todos entendimos que en realidad estaba pensando: “Ya empezó este cuate a querer limpiarse antes de que lo bañemos en lodo.”

Porque no nos hagamos bolas: cuando un expresidente reaparece con cara de yo-no-fui y documental bajo el brazo, no es por nostalgia. Es porque ve venir algo. ¿Investigaciones? ¿Reapertura de casos? ¿Un libro incómodo? ¿La tía que todo lo sabe sacando otra caja de documentos?

Peña lo sabe. Sheinbaum lo huele. Y nosotros, el pueblo, estamos como en novela de Televisa: comiendo palomitas y esperando el siguiente episodio.

Así que ya lo sabe: el aeropuerto no despegó, pero la bronca política sí. Texcoco fue cancelado en las pistas, pero sigue volando en las narrativas. Peña quiere aterrizar su legado. Y Sheinbaum… bueno, Sheinbaum ya le marcó en el radar como “objetivo no identificado, pero sospechosamente familiar”.

¿Se viene turbulencia?

Ajuste su cinturón y póngase el chaleco de sarcasmo. Porque la política mexicana, como el NAIM, está construida sobre terrenos inestables.


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