Por Amaury Sanchez G.
En el espacio aéreo del chisme geopolítico, una avioneta con 427 kilos de cocaína ha provocado un choque que ni el radar del JIATFS Key West ni los radares de El Salvador lograron evitar: García Harfuch vs Bukele, en una pista de declaraciones cruzadas, mapas dudosos y diplomacia low-cost.
¿Qué sabemos del vuelo?
Según Omar García Harfuch, el radar mexicano detectó el 3 de julio a las 13:00 hrs una avioneta a 200 km al sur de San Salvador, lo que activó protocolos de defensa aérea y derivó en su persecución hasta Tecomán, Colima, donde fue incautada la droga y detenidos tres mexicanos. La ruta, según los radares mexicanos, iniciaría cerca de El Salvador.
Pero el presidente Nayib Bukele, con tono de “yo no fui, fue Teté”, reaccionó airado: negó que la aeronave haya salido de su territorio, y acusó falsedad en las declaraciones del gobierno mexicano. Citó los registros de la red APAN y del Comando Sur de EE.UU., que afirmaban que la traza aérea no cruzó espacio salvadoreño, sino que apareció en el Pacífico tras salir de Costa Rica.
Técnica en pugna: ¿quién tiene los radares bien calibrados?
México presentó un mapa, pero sin reportes públicos de radares primarios ni confirmaciones técnicas independientes. Bukele, en cambio, se escudó en los informes de organismos regionales y del Comando Sur, lo cual le da peso… si lo que dijo es verificable públicamente (que hasta ahora no lo es del todo).
Conclusión técnica: Ambos presentan narrativas sin liberar evidencia completa. Harfuch exhibe un mapa sin los datos crudos; Bukele dice que tiene un informe de EE.UU., pero no lo publica. Así que estamos en una disputa de “mi radar contra el tuyo”, sin caja negra.
Política en modo defensa: Harfuch se sostiene, Bukele se indigna
Bukele, acostumbrado a no dejar pasar ni un meme sin respuesta, exigió rectificación inmediata, y como buen showman de la política digital, llamó a su embajadora en México a consulta, lo cual en lenguaje diplomático equivale a levantar la ceja… pero sin cerrar la puerta.
Harfuch, por su parte, no se retractó, reafirmó la versión mexicana, pero dejó el balón en la cancha de la SRE y de la presidencia. Claudia Sheinbaum entró a escena como piloto automático: pidió no politizar el asunto, aclaró que “no hubo mala fe” y que ya todo está «aclarado»… aunque nadie, ni con GPS, ha encontrado esa “aclaración”.
¿Y la diplomacia, apá?
La reacción de Bukele fue desproporcionada, pero en línea con su estilo: hipersensible al mínimo roce exterior, porque su narrativa interna necesita mostrarse impoluta ante el crimen. No puede permitirse que una narcoavioneta sea asociada con su país, aunque solo haya sobrevolado su cielo como turista exprés.
México, en cambio, parece haber optado por el clásico “no enciendan más el fuego, que Claudia está estrenando mandato”. La despolitización que Sheinbaum impulsa es diplomáticamente prudente, pero puede dejar en el aire a Harfuch, quien ya empieza a sentir lo que es estar en el gabinete… y ser prescindible si hay turbulencia.
Cooperación antidrogas regional: ¿o cada quien con su radar?
Este incidente muestra lo endeble que es la coordinación mesoamericana en inteligencia aérea. Mientras el Comando Sur hace informes en Florida, Costa Rica alerta, El Salvador dice que “no vio nada”, y México intercepta sin que quede claro el itinerario real… los narcos siguen volando.
La confianza entre aliados regionales es clave, pero esta escaramuza demuestra lo contrario: predomina la desconfianza y la politización del combate al narcotráfico, incluso cuando todos juran que no encubren nada. Irónico, porque la narcoavioneta sí aterrizó… y no fue en Washington.
Escenarios posibles:
1. Desescalamiento diplomático con mutismo técnico:
Ambos gobiernos bajan el tono, la embajadora salvadoreña regresa en silencio y se publica algún boletín escueto. Sheinbaum evita que le estalle el primer pleito internacional.
2. Enfriamiento técnico con observación internacional:
Se pide intervención de APAN o JIATFS para publicar un informe neutral. Sería lo más profesional, pero requiere voluntad de transparencia… y eso escasea.
3. Confrontación prolongada con efectos colaterales:
Si Bukele insiste, y Harfuch no se retracta, el tema puede escalar. Podría afectar la cooperación antidrogas, frenar proyectos regionales o forzar a Sheinbaum a elegir entre diplomacia y lealtad a su equipo.
Conclusión:
Una narcoavioneta ha dejado al descubierto la fragilidad del radar político en América Latina. Aquí no importa tanto quién lleva la droga, sino quién carga con la culpa. Y entre radares, declaraciones y embajadoras en consulta, la única certeza es que alguien miente… o todos callan lo que no pueden probar.
¿Será que el piloto verdadero de este vuelo nunca despegó de ningún país… sino del silencio institucional?
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