Amaury Sánchez
Con una dosis de ironía y una pizca de resignación, asistimos al primer acto de una tragicomedia política en Jalisco, en la que las luchas internas por el poder y el protagonismo no tardan en salir a escena, incluso antes de que los nuevos funcionarios tomen posesión de sus cargos. Este capítulo tiene como telón de fondo el sector salud, un ámbito que, más que egos y celos, necesita coordinación, talento y compromiso. Pero parece que esas cualidades no figuran en el guion.
La trama se centra en dos personajes clave: Héctor Hugo Bravo, próximo director del OPD Servicios de Jalisco, y Héctor Raúl Pérez Gómez, futuro secretario de Salud del estado. El primero, que tiene la peculiar distinción de ser paisano de los ancestros del alcalde de Guadalajara, Pablo Lemus, se encuentra en la mira no solo por sus vínculos políticos, sino también por su discutible historial como exdirector del OPD y excandidato fallido en Tepatitlán. Del otro lado del ring, Pérez Gómez trae consigo una reputación robusta, forjada al frente de los Hospitales Civiles de Guadalajara y respaldada por un prestigio médico que difícilmente se puede equiparar con el de Bravo.
El conflicto es evidente. Mientras Héctor Raúl se enfoca en construir un equipo sólido con funcionarios capaces y con experiencia en el sector salud, Bravo parece empeñado en reclutar a cuadernos del club, compuesto por colaboradores con quienes ni siquiera el actual secretario, Fernando Petersen, pudo trabajar de manera efectiva. La falta de compromiso y organización de este grupo ha sido señalada como uno de los grandes lastres de la administración saliente, y ahora amenaza con extender su sombra sobre el futuro del OPD.
La diferencia entre ambos personajes es tan marcada que no necesita un microscopio clínico para ser detectada. Por un lado, Pérez Gómez representa la experiencia, la solvencia técnica y el reconocimiento médico; por el otro, Bravo parece respaldarse más en alianzas políticas que en méritos profesionales. Y en un sector tan sensible como el de la salud pública, donde las decisiones pueden literalmente significar la vida o la muerte de los ciudadanos, no hay espacio para la mediocridad ni para los favoritismos.
El reto es mayúsculo. Si algo quedó claro durante la pandemia es que el sistema de salud no solo requiere recursos, sino liderazgo y visión estratégica. Las rencillas internas, los celos profesionales y las disputas por el poder no solo distraen, sino que sabotean cualquier posibilidad de mejora.
La pregunta que queda en el aire es: ¿serán capaces los involucrados de poner por encima de sus intereses personales las necesidades de los jaliscienses? Porque, seamos claros, mientras ellos se enfrascan en sus pugnas, los hospitales seguirán enfrentando carencias, los pacientes seguirán esperando atención y los trabajadores de la salud seguirán luchando por cumplir con su labor en condiciones adversas.
Así que, ¡mucho ojo en Salud! Porque en este escenario no solo están en juego cargos y presupuestos, sino el bienestar de toda una población que merece algo mejor que este espectáculo de egos y desencuentros. ¿El desenlace? Ya lo veremos. Por ahora, la obra sigue en desarrollo, aunque el público, como siempre, es quien paga los platos rotos.
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