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Morena se aprieta el cinturón (y los dientes): Decálogo, dedicatorias y dedazos

Por Amaury Sánchez

El domingo pasado, mientras el país decidía entre barbacoa o menudo, Morena organizaba su primer Consejo Nacional post-renovación de cúpula. No fue una reunión cualquiera, sino una sacudida de conciencia con carta presidencial incluida: Claudia Sheinbaum, cual madre regañona con pluma firme, les escribió a sus hijos políticos para recordarles que Morena no se fundó para andar en jets privados ni blindados de lujo, sino para caminar junto al pueblo… o al menos no pasarlo de largo en Suburbia.

Y como buena carta de amonestación, traía nombres y dedicatorias. A la cabeza del desfile de lujos está el senador de lujo, empresario de tiempo completo y político de ocasión, que se pasea en jets privados como si fueran Uber Black. Acompañado siempre de su escuadrón de escoltas —más robusto que la seguridad del Super Bowl—, representa todo lo que el decálogo de Sheinbaum detesta. Pero eso sí, con sonrisa de “yo pago mis caprichos”, aunque nunca queda claro si con sus empresas o con los dineros que todos aportamos con IVA incluido.

Y si los vuelos privados irritan, el influyentismo de Mario Delgado ya empieza a generar sarpullido. El dirigente nacional, más hábil para las encuestas milagrosas que para enfrentar fraudes a plena luz del día, ha hecho del control interno una especialidad, siempre en beneficio de los suyos. Que si acomodos, que si candidaturas a modo, que si su nombre en todas partes menos en los boletos del Metro… Mario siempre tiene un as bajo la manga (y a veces dos o tres en la misma boleta).

Pero lo que de verdad enojó a la base, al militante de a pie y al que pone sillas en los mítines, fue el silencio de Mario ante el atropello electoral en Jalisco. Porque cuando Claudia Delgadillo —la verdadera, no la de la novela— empezó a denunciar el cochinero del INE local, Mario miró al horizonte como si estuviera viendo la Bahía de Acapulco… y no el naufragio de su candidata. Desde el mismo día de la elección se sabía: hubo trampas, mapachería, urnas tardías, paquetes abiertos, y hasta votos más desaparecidos que los del Verde cuando toca votar en bloque.

Miles de personas en Guadalajara vieron venir el fraude como quien ve venir la tormenta: clarito. Pero la dirigencia nacional, en lugar de levantar la voz, se quedó callada. Nada de rueda de prensa, ni marcha, ni comunicado combativo. Como en los viejos tiempos del PRI, pero ahora con celular y redes sociales. Y el colmo: los agravios no solo fueron ignorados, sino que la base fue llamada a no alborotar, a “esperar los tiempos legales”, como si los tiempos de la indignación tuvieran reloj.

Así que sí, en el Consejo Nacional hubo mucho decálogo, mucha sobriedad fingida, y muchas caras largas al escuchar a Luisa María Alcalde leer las nuevas reglas. Nada de primera clase, nada de escoltas por vanidad, y menos heredar cargos como si fueran carnicerías familiares. Todo eso suena muy bien en papel. Pero el verdadero reto es aplicarlo cuando los infractores están dentro del mismo templete.

Porque, seamos sinceros: ¿de qué sirve prohibir los jets si los de siempre siguen volando bajo el radar? ¿De qué sirve prohibir el nepotismo si el “hijo del preciso” es quien organiza la elección? ¿Y de qué sirve hablar de principios si cuando hay fraude en Jalisco, el partido se esconde como si el golpe hubiera sido menor?

En resumen: Morena intenta lavarse la cara frente al espejo, pero algunos ya traen el maquillaje corrido desde hace rato. Y como dicen en mi barrio: no basta con cambiar el discurso, hay que cambiar las mañas. Porque el pueblo, aunque paciente, ya no se chupa el dedo… ni aunque se lo unte Sheinbaum con miel de transformación.


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