Por Amaury Sánchez
En un mundo donde la política exterior es cada vez más un terreno de disputas estratégicas, México enfrenta un desafío ineludible: redefinir su relación con Estados Unidos bajo la nueva administración de Donald Trump. La Segunda Reunión de Junta Directiva y la Segunda Reunión Ordinaria de la Comisión de Relaciones Exteriores han reafirmado un principio esencial: la diplomacia mexicana no se rige por la coyuntura, sino por la defensa inquebrantable de los intereses nacionales, la soberanía y los derechos humanos.
El Desafío de un TMEC Equilibrado
Uno de los primeros puntos de tensión con Washington será la revisión del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (TMEC). La insistencia de ciertos sectores estadounidenses en modificar cláusulas clave en favor de sus intereses comerciales podría desvirtuar el equilibrio alcanzado en las negociaciones previas. México debe asumir una postura firme: el libre comercio no es una concesión, sino una condición necesaria para la competitividad regional. Debemos exigir que cualquier revisión del TMEC no se convierta en un instrumento de presión unilateral, sino en un espacio para fortalecer la integración productiva de América del Norte.
Defender a Quienes Sostienen la Economía
El sustento de la relación bilateral no son los discursos ni los acuerdos firmados en oficinas cerradas, sino las personas. La comunidad mexicana en Estados Unidos representa un pilar económico de dimensiones colosales: 324,000 millones de dólares anuales en contribuciones y una participación dominante en el sector agrícola, donde siete de cada diez trabajadores provienen de México. Frente a cualquier embate migratorio, la postura de la diplomacia mexicana debe ser clara: la mano de obra mexicana no es un problema, sino una solución indispensable para la estabilidad económica de ambos países.
Los Derechos Humanos No Son Negociables
La historia nos ha enseñado que las crisis migratorias no pueden resolverse con medidas represivas. La intención de realizar operativos en instituciones educativas y lugares de culto bajo la justificación de un endurecimiento de políticas migratorias es una afrenta a los valores democráticos que ambos países dicen defender. México no puede ser un espectador pasivo ante estas acciones. Cualquier intento de criminalizar la migración o de erosionar derechos fundamentales debe ser denunciado con la misma contundencia con la que defendemos la soberanía nacional.
Seguridad y Desarrollo: Un Reto Compartido
El crimen organizado, el tráfico de armas y personas, y el cambio climático son problemas transnacionales que requieren soluciones transnacionales. La narrativa de «México es responsable de la violencia en la frontera» es una simplificación peligrosa que solo sirve a intereses políticos internos en EE.UU. La cooperación en seguridad debe basarse en la corresponsabilidad: no hay crimen organizado sin el tráfico de armas desde Estados Unidos, ni narcotráfico sin un mercado de consumo en el norte. México debe exigir que Washington deje de mirar el problema como un fenómeno externo y asuma su parte en la ecuación.
La Diplomacia Parlamentaria: Un Pilar Estratégico
Ante la volatilidad del Ejecutivo estadounidense, la diplomacia parlamentaria se convierte en un instrumento fundamental. Fortalecer la relación con el Grupo Interparlamentario Estados Unidos-México es una estrategia clave para que la agenda bilateral no dependa exclusivamente de la Casa Blanca, sino que cuente con un respaldo legislativo que garantice continuidad y estabilidad en los acuerdos alcanzados.
El Retorno Humanitario como Política de Estado
México no solo debe preocuparse por lo que ocurre en la frontera norte, sino también por quienes regresan. La política de retorno humanitario no puede ser una medida reactiva, sino una estrategia de Estado que garantice oportunidades económicas, seguridad y reinserción social para los migrantes repatriados.
México y EE.UU.: Un Destino Entretejido
La relación entre México y Estados Unidos no es un capricho geopolítico, sino una realidad histórica y económica ineludible. Más allá de los discursos políticos, ambos países están obligados a cooperar por razones estratégicas. La política exterior mexicana debe reafirmar su carácter soberano sin caer en la confrontación estéril, privilegiando siempre el respeto mutuo y el beneficio compartido.
México no es el patio trasero de Estados Unidos, ni tampoco un adversario. Es un socio indispensable en la construcción de un orden regional basado en la prosperidad compartida, la seguridad mutua y la dignidad humana. Esa es la postura que debemos defender, sin titubeos, en cada foro internacional y en cada negociación bilateral.
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