Por Amaury Sánchez G.
Hay momentos en que el ruido diplomático quiere imponerse sobre la razón. Hay días en que la política internacional se convierte en espectáculo para el electorado más iracundo del norte. Pero también hay días, como este, en que una mujer se yergue desde México y le recuerda al mundo que la dignidad no se negocia. Ese día fue el 9 de junio, y esa mujer es la presidenta Claudia Sheinbaum.
Todo comenzó con redadas migratorias en Los Ángeles, orquestadas con el estilo de quien no entiende que los migrantes no son enemigos, sino vecinos. Pero la cosa escaló. Las protestas en California —pacíficas, legítimas y profundamente humanas— encendieron la mecha política. Y entonces, como si de una película de suspenso se tratara, apareció Kristi Noem, secretaria de Seguridad Nacional de EE.UU., acusando a Sheinbaum de “alentar” las protestas migrantes.
Sí, leyó usted bien. En el país donde cualquier personaje puede subir a un podio a insultar migrantes, ahora se acusa a la presidenta de México por atreverse a defenderlos.
Pero Claudia no cayó en la provocación. No alzó la voz para gritar, sino para sostener. Respondió con la calma de quien sabe que el poder no consiste en imponer, sino en proteger. Reiteró su postura: los migrantes no son criminales, son trabajadores, padres, madres, hijos y héroes silenciosos que han sostenido por décadas la economía estadounidense.
“Lo primero que tenemos que hacer es defenderlos en un sentido integral, no solamente por ser mexicanas y mexicanos, sino porque aportan mucho a la economía de México y la economía de los Estados Unidos los necesita”, dijo. ¿Y no es cierto? ¿Quién limpia sus hospitales, cosecha sus frutas, cuida a sus mayores y construye sus casas?
En lugar de responder con acusaciones o descalificaciones, la presidenta elevó el debate, hablando de diplomacia, derechos humanos y respeto al debido proceso. La activación inmediata de los consulados, el acompañamiento legal a los detenidos y el llamado firme pero pacífico a la comunidad migrante muestran que este gobierno no improvisa respuestas: actúa con responsabilidad moral y política.
Noem buscaba tal vez una confrontación útil para su propia narrativa electoral, pero Sheinbaum le respondió con la templanza de una estadista. No cayó en la trampa. La acusación, lejos de debilitarla, la fortaleció como una líder que no se arrodilla ante la presión internacional ni guarda silencio ante la injusticia.
La presidenta dejó claro que México no se mete en las protestas estadounidenses, pero tampoco se calla cuando se atropella a su gente. Y en esa línea fina entre la no intervención y la defensa de los derechos humanos, Sheinbaum encontró el punto exacto: ser aliada, sin ser sumisa; ser firme, sin ser incendiaria.
Lo dijo claro: “Nuestra más alta voz para defender sus derechos, siempre”. ¿Y acaso hay mayor legitimidad que alzar la voz cuando los tuyos son perseguidos por el simple hecho de existir?
En un mundo donde el cinismo ha sustituido al derecho, Claudia Sheinbaum nos recuerda que aún hay lugar para la ética de Estado, para la decencia diplomática y para la solidaridad internacional. Mientras allá buscan culpables en quienes barren sus calles, aquí reivindicamos su humanidad.
Hoy no sólo defendió a los migrantes. Hoy Claudia defendió una idea de México que no se achica ante el abuso, sino que crece con la causa justa.
Bien por ella. Y bien por este país que, con todas sus heridas, aún sabe ponerse de pie cuando más se necesita.
Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que La Verdad Jalisco no se hace responsable de los mismos.