Por Amaury Sánchez
Queridos lectores, agárrense de sus asientos porque lo que les traigo hoy es un verdadero circo electoral. El pasado 2 de julio, Jalisco se convirtió en el escenario de una obra de teatro que ni el más ingenioso de los dramaturgos podría haber imaginado. En el papel protagónico, el partido Movimiento Ciudadano, con su candidato estrella, que parece más un gato que un político, y en el rol de la víctima, la valiente Claudia Delgadillo de MORENA, quien ha tenido que lidiar con un fraude electoral digno de una novela de misterio.
Primero, hablemos de los “paquetes perdidos”. No, no se trata de un nuevo juego de mesa, sino de las boletas que, como por arte de magia, desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos. Algunos se encontraron en lotes baldíos, como si los votos hubieran decidido tomarse unas vacaciones. ¿Quién necesita un destino turístico cuando puedes ser un paquete electoral en Jalisco?
Y qué decir de los trabajadores que, en un acto de malabarismo político, fueron juez y parte en la contienda. ¡Bravo! Eso sí que es tener un talento multifacético. Mientras tanto, los tres niveles de tribunales –local, regional y federal– decidieron hacer oídos sordos a las pruebas presentadas. ¿Acaso estaban en una competencia de quién puede ignorar más evidencias? ¡Un aplauso para ellos!
El conteo rápido, que debería ser como un sprint, se convirtió en una maratón. Los números no coincidían ni en tiempo ni en forma con los del INE. Es como si los resultados hubieran sido escritos en un idioma que nadie entiende. Y así, los jalicienses, que esperaban un espectáculo de democracia, se encontraron con un show de magia donde la credibilidad de las instituciones se esfumó más rápido que un conejo en un sombrero.
Ahora, los ciudadanos de Jalisco se preguntan: ¿en quién confiar? La respuesta parece ser un eco vacío en un salón de baile. La lucha por la verdad se ha convertido en una pelea campal en redes sociales, donde las fake news son el pan de cada día y los grupos de WhatsApp son el nuevo campo de batalla. ¡Qué tiempos aquellos en los que la política era solo un juego de palabras
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