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La reforma electoral: la invitación que nunca llegó (o el WhatsApp que se quedó en visto)

Por Amaury Sánchez G.

En México ya no sabemos si los políticos se sientan a discutir la democracia o a jugar al teléfono descompuesto. Claudia Sheinbaum anunció que habría diálogo nacional, foros, debates y que hasta el cartero llevaría la invitación a la casa de cada partido. Pero PAN, PRI y MC salieron en radio a decir: “a nosotros nadie nos ha invitado”. O sea, el pleito es por la dichosa tarjetita: ¿hubo o no hubo invitación? ¿O se quedó en la bandeja de borradores de Segob?

Mientras tanto, la presidenta insiste en algo que hay que reconocerle: quiere que la discusión salga de los muros del Congreso y se arme en foros públicos, con ciudadanía, con academia, con el que tenga algo qué decir. Democracia de banqueta, pues, de esa que no se cuece en la cocina de los partidos sino en la calle. Eso, hay que decirlo, tiene su mérito.

El problema es que la comisión encargada de organizar todo depende directamente del Ejecutivo. O sea, el gobierno pone la mesa, compra las botanas, reparte las cartas y además quiere ser el árbitro de la partida. ¡Así cualquiera gana! Pero ojo, también es cierto que los partidos opositores se están haciendo los mártires: “pobrecitos de nosotros, no nos dejaron pasar a la fiesta”. La verdad es que si quisieran entrar, ya estarían tocando la puerta a patadas.

La reforma trae ingredientes picosos:

Quitar plurinominales, esos diputados que nadie eligió pero igual cobran como si fueran rockstars.

Reducir el financiamiento a partidos, que ahora tendrán que rifar una canasta navideña para pagar la renta de la sede.

Meterle tijera al INE, que pasará de árbitro de lujo a réferi de cascarita en la unidad deportiva.

Prohibir la reelección inmediata, porque en México la silla se pega y hay quien no se quiere levantar ni con agua hirviendo.

Y, claro, frenar el nepotismo electoral, aunque ya sabemos que siempre hay un sobrino “muy capaz” para heredar la curul.

En el fondo, lo que Sheinbaum está planteando es que la política le salga más barata al pueblo. Y eso, aunque incomode a muchos, es un punto que la mayoría de los ciudadanos aplaude. Lo que incomoda a la oposición no es solo el contenido, sino que el pastel se está sirviendo sin que ellos decidan quién corta las rebanadas.

Mientras los partidos se quejan de la invitación perdida, el ciudadano común sigue en lo mismo: esperando al camión que nunca llega, pagando la luz más cara que el súper, y preguntándose si esta reforma realmente le dará voz o si será otro ajuste de cuentas entre élites.

Pero ojo: hay algo que no se puede negar. Claudia Sheinbaum, con todo y críticas, está apostando por abrir la discusión. Y eso, en tiempos de política cerrada y de oposiciones que prefieren el berrinche al argumento, es un gesto democrático. Claro, con riesgos, con contradicciones y con un tufillo de control presidencial, pero gesto al fin.

La pregunta es si los partidos seguirán actuando como quinceañeras enojadas porque no las sacaron a bailar, o si de plano se sentarán en la mesa. Porque si no, cuando termine la fiesta, habrá reforma… y ellos ni enterados de cómo se repartieron las copas.


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