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La Diplomacia No Se Anda en Tacones Finos

Por Amaury Sánchez

Queridas y queridos, pónganse cómodos, que hoy el tema es más candente que un comal recién encendido: México asistirá a la toma de protesta de Nicolás Maduro el próximo 10 de enero. ¿El responsable de la encomienda? Nuestro embajador en Venezuela, Leopoldo de Gyvés de la Cruz. Y, claro, ya hay quienes andan más indignados que un purista del mole viendo tacos al pastor con piña.

Resulta que Claudia Sheinbaum, con su tono pausado y directo, nos dejó clarito: “Le corresponde a los venezolanos definir su Gobierno.” Y ahí es donde el agua se enturbia para algunos: ¿es esto complicidad o respeto? Pues, queridos, parafraseando a Juárez: «Al que no le guste el mole ajeno, que no se meta en la cazuela.»

Porque, a ver, México no va a echar porras ni a cantar «Venezuela» con violines de fondo. No, señor. Lo que vamos a hacer es respetar un principio que nos ha dado más prestigio que cualquier reality show: la no intervención. La izquierda, la de verdad, sabe que cada pueblo tiene derecho a su autogobierno, aunque eso implique tropezar y levantarse con sus propias manos.

Ahora bien, no faltan los que, desde sus cómodos sillones de Twitter, declaran que asistir a la toma de protesta de Maduro es “respaldo a una dictadura.” Pero, oigan, ¿desde cuándo una silla en un evento es lo mismo que firmar una carta de amor? Es como suponer que por ir a una boda estás avalando el peinado de la novia.

Sheinbaum, como digna representante de una izquierda que respeta pero no se arrodilla, tiene claro que la política exterior no es cuestión de simpatías personales, sino de principios. Y México, históricamente, siempre ha defendido el derecho de los pueblos a decidir su destino, por mucho que a algunos les duela.

¿Acaso queremos volver a esos tiempos vergonzosos donde gobiernos neoliberales mexicanos iban a aplaudir golpes de Estado en otros países? No, compañeros. México no está aquí para ser el títere de nadie, mucho menos de un norte que suele imponer su voluntad con sanciones y discursos moralistas que huelen a petróleo.

¿Y qué se busca con esta asistencia? Dialogar, no imponer; respetar, no intervenir. Porque la diplomacia no es una fiesta donde decides quién se sienta en la mesa según sus gustos musicales. Es, más bien, un esfuerzo por entender que, aunque nuestros vecinos tengan sus líos internos, la única forma de resolverlos es dejando que encuentren su propio rumbo.

Así que, claro, nuestra presencia en la toma de protesta de Maduro levantará cejas. Pero si hay algo que distingue a la izquierda verdadera es su capacidad de mirar al sur, no para criticar, sino para solidarizarse. Y eso, queridas y queridos, es lo que hace grande a México: ser un país soberano, digno y consciente de que la unidad latinoamericana no se construye con bloqueos, sino con puentes.

Así que, mientras los voceros de siempre seguirán diciendo que estamos “del lado equivocado,” nosotros sabemos que no hay camino más correcto que el del respeto. Porque, como decía el Che, “la única lucha que se pierde es la que se abandona,” y la lucha por una América Latina unida no termina en un evento protocolario.

Eso sí, si de paso le llevamos a Maduro unos tamales, que no se diga que México no sabe ser buen vecino. ¡Salud por la diplomacia digna y que viva la América Latina soberana!


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