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La dignidad del campo y el deber del Estado

Por Amaury Sánchez

Hay hechos que, por su sencillez y profundidad, dignifican la función pública. Esta semana en Jalisco, más de 50 mil campesinas y campesinos comenzaron a recibir fertilizante gratuito gracias al programa Fertilizantes para el Bienestar 2025, una política que no solo nutre la tierra, sino que reconoce la centralidad del campo en la vida nacional.

El Delegado de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (SADER), Alfredo Porras Domínguez, encabezó esta acción con el sentido republicano que exige su encargo: sin aspavientos, con claridad de propósito y con el firme compromiso de hacer que los recursos federales lleguen a quienes más los necesitan, sin intermediarios, sin exclusión y sin favoritismos. En un país herido tantas veces por el abandono rural, lo que se está haciendo en Jalisco es una forma de justicia social que honra la memoria de quienes han trabajado la tierra sin descanso y sin reconocimiento.

En ese contexto, es justo destacar la labor del Diputado Local Sergio Martín, quien ha sido un puente eficaz entre las demandas del campo jalisciense y las instancias gubernamentales. Su participación no ha sido ornamental, sino decidida y constante, desde la gestión presupuestaria hasta la vigilancia en la aplicación de estos programas. No se trata de protagonismo político, sino de una vocación por servir desde el territorio, con la mirada puesta en las y los productores que sostienen no solo la economía, sino la identidad de nuestra tierra.

Este tipo de esfuerzos articulados —entre el gobierno federal, los congresos locales y los municipios— son el camino correcto. Porque lo que está en juego no es una cifra de entregas, ni una estadística para el informe, sino la posibilidad de que las familias del campo recuperen su esperanza y su derecho a vivir con dignidad.

La tarea, por supuesto, no está terminada. El fertilizante es apenas una pieza en el complejo rompecabezas de la soberanía alimentaria, pero es una señal clara de que el Estado mexicano puede y debe estar al servicio de su gente.

Si logramos consolidar esta visión, si el ejemplo de Jalisco se convierte en norma y no en excepción, entonces no solo tendremos mejores cosechas, sino también una democracia más justa, sembrada con las manos de quienes han sabido resistir el olvido.


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