Por Amaury Sánchez G.
El poder, en México, rara vez se encuentra en paz. Es un escenario de sospechas, intrigas y maniobras que se deslizan como serpientes en la hierba. La política mexicana es, desde siempre, un teatro donde los actores principales no se eligen a sí mismos: son elegidos por sus adversarios, por la envidia, por el miedo, o por la necesidad de desacreditar lo que no se puede derribar con argumentos.
La reciente historia de los supuestos amparos promovidos a favor de los hijos de Andrés Manuel López Obrador es apenas un capítulo más de esta vieja trama. Aparecen en listas judiciales, como si fueran parte de una red de huachicol fiscal que incluye a marinos, aduaneros y empresarios. Pero, apenas unos minutos después de que la noticia circuló con furia en redes y medios, los propios hijos del expresidente negaron categóricamente haber tramitado amparo alguno. Y la presidenta Claudia Sheinbaum, con el tono medido de quien conoce bien la fragilidad de la confianza pública, aseguró en su conferencia matutina que todo forma parte de una campaña de calumnias.
La palabra —calumnia— no es menor. En política es más eficaz que una bala y más persistente que un juicio. La calumnia no busca probar nada, solo sembrar la duda. El rumor que sugiere, que insinúa, que deja abierta la posibilidad de que “algo debe haber”. Porque la sociedad mexicana, cansada de la impunidad, está predispuesta a creer lo peor.
El oficio de inventar enemigos
Los documentos judiciales hablan de suspensiones provisionales concedidas por jueces a nombre de Andrés Manuel y Gonzalo López Beltrán, protegiéndolos contra detenciones hipotéticas. La escena es grotesca: un abogado aparece firmando sin haber presentado nada, denuncia suplantación de identidad y anuncia que él mismo procederá legalmente. En otras palabras, alguien urdió la farsa con precisión quirúrgica. No se trató de un error administrativo, sino de un plan calculado.
¿Quién gana con esto? ¿Quién decide que la sombra de AMLO debe arrastrarse sobre su sucesora, que los fantasmas de sus hijos deben rondar las portadas de los diarios? La respuesta es obvia: los adversarios que saben que la corrupción en Marina y Aduanas —ese verdadero escándalo del huachicol fiscal— amenaza con salpicar a estructuras poderosas, a redes enquistadas desde hace décadas. Para ellos, es vital desviar la atención hacia una narrativa más jugosa: “los hijos del expresidente también están implicados”.
La maniobra es de manual. Cuando la investigación toca a instituciones armadas, cuando un vicealmirante es detenido y 14 personas caen en operativos simultáneos, alguien decide mover la cortina de humo: fabricar amparos falsos y endosárselos a los hijos de AMLO. Así, los titulares ya no hablan del vicealmirante Manuel Roberto Farías Laguna, ni de las muertes extrañas de funcionarios involucrados en la investigación, ni de los empresarios detenidos. Hablan de Andy y Bobby.
Sheinbaum entre la defensa y la sospecha
Claudia Sheinbaum se mueve en un terreno minado. Por un lado, debe defender la honorabilidad del expresidente y su familia, porque cualquier señal de ruptura sería interpretada como traición. Por otro, necesita dejar claro que su gobierno no se dejará arrastrar a las cloacas de la manipulación mediática. “Se tiene que saber quién puso esos amparos”, declaró con firmeza. No es solo un reclamo jurídico: es un mensaje político. Ella no será la rehén de una guerra sucia que busca desgastar su legitimidad temprana.
Pero el riesgo es evidente: cada vez que la presidenta dedica minutos de su conferencia a aclarar lo que no debería existir, los calumniadores ganan. Porque la fuerza de la insinuación radica en obligar al poderoso a defenderse. Y en política, el que se defiende, pierde.
El juicio paralelo
El huachicol fiscal es un caso mayúsculo: una red que operó durante años con la complicidad de mandos militares y aduaneros, que movió millones de litros de combustible y que alcanzó los nervios más sensibles del Estado mexicano. Es, por sí mismo, un escándalo suficiente para estremecer a cualquier gobierno. Sin embargo, la opinión pública prefiere morder el anzuelo del morbo familiar: “los hijos del presidente también están metidos”.
El juicio paralelo ya está en marcha. Poco importa que los propios hijos hayan renunciado al supuesto amparo, que hayan pedido al Poder Judicial investigar la suplantación. Poco importa que el abogado firmante haya denunciado usurpación. El daño está hecho: la duda existe. Y la duda, en México, se instala como una cicatriz que nunca desaparece.
Lecciones de la historia
No es la primera vez que los hijos de un presidente se convierten en objetivo político. El país recuerda a los hijos de José López Portillo con sus negocios turbios, a Raúl Salinas como símbolo de la corrupción de su hermano, a los hijos incómodos de Vicente Fox y a la polémica prole de Felipe Calderón. En todos los casos, los adversarios entendieron que el linaje presidencial es un punto débil: por ahí se puede minar la autoridad del jefe de Estado.
La diferencia es que ahora el recurso no es exponer negocios o excesos de los hijos, sino fabricar pruebas falsas, inventar amparos, forzar a jueces a conceder suspensiones que nadie solicitó. Es un paso más allá en la sofisticación de la guerra sucia.
Escenarios posibles
El desenlace de este episodio puede ir en varias direcciones:
1. Fortalecimiento de Sheinbaum. Si la investigación judicial demuestra la falsificación y se castiga a los responsables, la presidenta podrá mostrarse como firme defensora de la verdad.
2. Erosión de AMLO. Si la narrativa se instala y la duda permanece, el expresidente quedará marcado, debilitando la base moral de la 4T.
3. Desgaste del gobierno. Si la oposición logra mantener vivo el tema, cada semana aparecerá como prueba de que el “nuevo gobierno” arrastra las viejas sombras del obradorismo.
En todos los casos, el episodio revela que el campo de batalla ya no son las calles ni los congresos: es la percepción pública. La guerra se libra en tribunales, en redes sociales, en filtraciones a medios. Y los hijos del presidente son apenas fichas en ese tablero.
Conclusión
La política mexicana no es ingenua. Este episodio no es casual, no es un error ni una coincidencia. Es una jugada calculada para sembrar la desconfianza y obligar al poder a defenderse. El verdadero escándalo —la red de huachicol fiscal que involucra a marinos y empresarios— queda en segundo plano, opacado por la telenovela de los amparos falsos.
Luis Spota, que conocía como pocos las entrañas del poder, habría descrito esta escena con crudeza: no hay inocentes, solo actores que representan papeles en un drama cuyo guion se escribe en las sombras. Hoy, los hijos de AMLO son los villanos de un libreto que no redactaron, pero que deberán soportar. Y Sheinbaum, obligada a sostener la trama, enfrenta el dilema eterno de todo gobernante: cómo gobernar en un país donde la calumnia no es accidente, sino oficio político.
Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que La Verdad Jalisco no se hace responsable de los mismos.