Por Amaury Sánchez
Hay relaciones tóxicas, hay relaciones prohibidas, y luego está la extraña relación entre inversionistas chinos y Elon Musk. Resulta que el Financial Times nos vino con la chismecita del día: capital chino está entrando a las empresas del magnate sudafricano de forma “silenciosa” a través de mecanismos más opacos que un parabrisas sin limpiar.
¿Y por qué tanto misterio? Pues porque los gringos andan más paranoicos con China que un gato en una jaula de perros. Desde hace años, Estados Unidos ha puesto candados más estrictos que el diario de una adolescente para evitar que los chinos metan mano en sectores estratégicos. Y, claro, Musk no solo es el rey de los autos eléctricos con Tesla, sino que también tiene bajo su mando a SpaceX, Starlink y Neuralink, que no son precisamente compañías que fabrican churros y tamales, sino que lidian con cohetes, satélites y tecnología futurista.
Entonces, los inversionistas chinos dijeron: “Si no podemos entrar por la puerta, nos metemos por la ventana”. Y así fue como usaron vehículos de propósito especial (SPV), que en términos simples son empresas fachada que esconden quién pone el dinero. Es el equivalente financiero de entrar a una fiesta con máscara para que nadie sepa quién te invitó.
El problema es que, cuando el gobierno de EE.UU. descubra esta travesura, la ira será más grande que la de una suegra ignorada en Navidad. El Comité de Inversión Extranjera en EE.UU. (CFIUS), que es como el “policía de los dineros sospechosos”, podría empezar a revisar con lupa todo lo que haga Musk, y quién sabe si hasta lo llamen a rendir cuentas por sus coqueteos financieros con China.
¿Y Elon Musk qué dice? Pues hasta ahora, silencio absoluto, como si le hubieran dado el guion de Frozen y estuviera cantando Let It Go. Pero lo que está en juego no es poca cosa: si la Casa Blanca se pone estricta, podrían venir nuevas regulaciones que lo obliguen a cortar lazos con inversionistas orientales, lo que afectaría el flujo de billetes y, por ende, la valoración de sus empresas.
En resumen, esta historia parece una telenovela de intriga: un magnate excéntrico, inversionistas misteriosos, un gobierno celoso y, al final, la pregunta del millón: ¿Musk logrará salirse con la suya o Estados Unidos le pondrá un “¡Hasta aquí, joven!”?
¡Próximamente en su noticiero más cercano!
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