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Gonzalo N. Santos: el Nietzsche del Bajío y el arquitecto del cinismo institucional


Arq Jorge Eduardo García

En el México convulso que emergía de la Revolución, donde la sangre aún no se secaba y las instituciones apenas comenzaban a dibujarse, surgió una figura que incomoda tanto como fascina: Gonzalo N. Santos. Su nombre evoca poder, brutalidad, astucia y una lucidez que desarma. En su lectura más provocadora —como propone el periodista y analista Jonatan Gamboa— Santos no fue simplemente un cacique, sino un filósofo práctico del poder, un ejecutor que entendió que gobernar no es agradar, sino ordenar.

Filosofía del poder: Santos como encarnación de la “voluntad de poder”

Gamboa sugiere que Santos puede interpretarse desde la óptica nietzscheana: no como un político tradicional, sino como una encarnación de la “voluntad de poder”. Esta pulsión, descrita por Nietzsche como el impulso fundamental que mueve al ser humano a trascender, dominar y crear, se manifiesta en Santos como una fuerza que no se somete a la ley, sino que la moldea. En este sentido:

• No fue un servidor público, sino un arquitecto de la realidad política.

• Su voluntad no se subordinaba a códigos morales, sino que los reconfiguraba según sus fines.

• La voluntad de poder en Santos se expresa en su capacidad de crear alianzas, someter opositores y narrarse como figura histórica.

Este enfoque permite entender que Santos no fue simplemente un operador del sistema, sino uno de sus diseñadores. En un país que tambaleaba entre revolución y estabilidad, él ofreció orden —a costa de frontalidad, control férreo y clientelismo sin maquillaje.

El Nietzsche del Bajío: gobernar sin pedir perdón

En un México que aprendió a simular virtud mientras ejercía el cinismo, Santos no pidió perdón: pidió eficacia. Su figura, tan incómoda como fascinante, no cabe en los moldes del político convencional. Fue caudillo, sí, pero también narrador de sí mismo, estratega, constructor de legitimidad. Como el superhombre nietzscheano, Santos se erige por encima de la moral convencional, porque sabe que el orden exige sacrificios, y que la ley, en México, es más instrumento que límite.

En sus Memorias, Santos no se justifica: se afirma. No busca redención, sino permanencia. Su estilo es brutal, pero lúcido. No oculta sus excesos: los exhibe como parte de una estrategia de gobernabilidad. Y en esa exhibición, revela la hipocresía de quienes lo critican mientras lo imitan.

El arquitecto del cinismo institucional

Durante su mandato en San Luis Potosí, Santos construyó caminos, escuelas, hospitales. Pero sobre todo, construyó gobernabilidad. Lo hizo con mano dura, con redes clientelares, con control territorial. No escondía su poder: lo mostraba. Y en esa frontalidad, desnudaba el sistema político mexicano, mostrando que no se construyó con ideales, sino con operadores que sabían moverse, negociar y mandar.

Carlos David Silva Cázares, en su tesis doctoral, lo analiza como operador clave en los años 1929–1930, cuando el Estado mexicano buscaba consolidarse. Santos no solo entendía las reglas del sistema: las escribía, las torcía y las ejecutaba. Su papel fue esencial en:

• La articulación de mecanismos de control político, como el corporativismo sindical y campesino.

• La consolidación del presidencialismo, al operar como intermediario entre el poder central y las élites regionales.

• La creación de redes clientelares que permitieron gobernabilidad en zonas de alta conflictividad.

Este perfil lo convierte en un ingeniero del sistema priista, más que en un simple beneficiario.

Las Memorias: confesión, provocación y legado

Las Memorias de Santos son un documento único en la historia política mexicana. No buscan redención, sino afirmación. En ellas:

• Santos se presenta como un hombre sin arrepentimientos, que gobernó con mano dura porque “así se debía gobernar”.

• Reivindica el uso del poder como herramienta de orden, no como espacio de moralidad.

• Desnuda la hipocresía del sistema, al mostrar que todos los actores políticos compartían las mismas prácticas, aunque no todos las confesaban.

Este texto, lejos de ser una apología, es una provocación. Obliga al lector a confrontar sus propias ideas sobre ética, eficacia y poder. Santos no se esconde: se exhibe. Y en esa exhibición, revela que el poder en México ha sido profundamente narrativo, territorial y personalista.

¿Por qué reivindicarlo?

Porque Santos nos obliga a pensar. Nos incomoda. Nos confronta. Y en esa confrontación, nos revela que el poder en México no se construyó con discursos bonitos, sino con operadores que sabían mandar. Reivindicarlo, como sugiere Gamboa, no es justificarlo: es entenderlo. Es aceptar que la historia no se escribe con santos, sino con estrategas.

Santos fue eso: un operador eficaz, un narrador de sí mismo, y el espejo que aún nos devuelve la mirada. En vez de esconder sus excesos, los puso sobre la mesa y los convirtió en estrategia. Gobernó con resultados, sí, pero también con crudeza. Y aunque incomode, entenderlo es clave para entendernos como nación.

• Este análisis se basa en el texto periodístico de Jonatan Gamboa sobre Gonzalo N. Santos, así como en la tesis doctoral de Carlos David Silva Cázares. Ambos ofrecen una lectura disfrutable y necesaria sobre el poder en México.


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