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“Entre la Militancia y Morena Selfie”

Por Amaury Sánchez

En Morena Jalisco, la cosa está más polarizada que un vaso de agua de tamarindo con bicarbonato. Por un lado, tenemos a la militancia, esos soldados rasos que sudaron la camiseta en cada elección, los que pegaron carteles, llenaron plazas y tocaron puertas hasta desarrollar el brazo de un boxeador. Por el otro, la dirigencia estatal y sus aliados de la Mega Alianza, que hoy gozan del poder y se toman selfies con una sonrisa que dice: “Qué bonito es el presupuesto público”.

La historia es la de siempre: los militantes, esos románticos de la lucha social, pensaron que, después de ganar, les iban a dar un lugar en la mesa del banquete. Pero ¡oh, sorpresa! Ni un mendrugo de pan les tocó. No fueron llamados ni para servir los frijoles. En cambio, los de siempre—naranjas, azules y tricolores reciclados—ya tienen su lugar asegurado, como si fueran parientes incómodos que llegan tarde pero terminan sentados en la cabecera.

Los militantes: de guerreros a floreros

La militancia está tan agotada que si les piden llenar otra plaza, van a terminar pidiendo viáticos para fisioterapia. Y lo peor, sienten que los ven como útiles desechables: “Los necesitamos para las elecciones, pero no para gobernar”. ¿Alguna propuesta para integrarlos en la toma de decisiones? ¡Ja! Ni que fueran influencers. Lo más que reciben es una palmadita en la espalda y frases motivacionales dignas de un libro de autoayuda barato: “Gracias por su entusiasmo”, “Nos van a ayudar muchísimo”. En resumen, los morenistas de base hoy son como los repartidores de comida rápida: trabajan horas extra para entregar el pedido, pero nunca los invitan a la cena.

La dirigencia: de la política al postureo

Del otro lado está la dirigencia, esa élite que vive en una realidad alterna donde gobernar es sinónimo de hacer ruedas de prensa y publicar logros en redes sociales. Aquí aplica la regla de oro: si la unidad no es conmigo y mi grupo, no es unidad. Para ellos, el trabajo político se reduce a subir historias de Instagram con frases como: “Aquí, transformando Jalisco”, mientras la militancia observa desde la barrera con cara de “¿y a nosotros cuándo nos toca?”.

La estrategia de la dirigencia parece ser la del avestruz: meter la cabeza en la tierra y hacer como que no pasa nada. ¿Que las bases están descontentas? Nah, puro ruido. Lo importante es el discurso, las giras, los eventos, las promesas de café descafeinado y azúcar light.

El gran experimento de la Mega Alianza

Y en medio de todo esto, la Mega Alianza ha logrado lo que parecía imposible: hacer que Morena se parezca más a los partidos de la derecha que tanto criticaban. Los ex-priistas, ex-panistas y ex-emecistas ahora son más morenistas que Benito Juárez en un billete de 500. Mientras tanto, la militancia tradicional mira atónita, preguntándose en qué momento su partido se convirtió en un refugio de políticos oportunistas con más banderas que un desfile del 16 de septiembre.

El resultado: una militancia desilusionada y una dirigencia que se autoengaña, creyendo que con discursos reciclados del gobierno federal pueden tapar el sol con un dedo. Pero la militancia no es tonta, y aunque hoy los ignoren, siguen en la trinchera, esperando que surjan verdaderos líderes que los representen.

Moraleja: no subestimen a la militancia

La historia nos dice que la paciencia del pueblo tiene un límite. Hoy, los militantes de base parecen estar en una etapa de resignación, pero mañana pueden ser la piedra en el zapato de aquellos que los ignoraron. Así que, estimados dirigentes, disfruten su momento de gloria, pero no se confíen demasiado. No vaya a ser que, en la próxima elección, la Mega Alianza se convierta en la Mega Desbandada.


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