Por Amaury Sánchez G.
La tarde del sábado en Guadalajara tuvo un aire de presagio. Un salón lleno, la prensa apostada con la impaciencia de quien espera un anuncio histórico, y una diputada, Mery Pozos, que aparecía sonriente, medida, dueña de los silencios y de las pausas. En política —como en teatro— los gestos suelen hablar más que las palabras, y la escena estaba lista para lo que muchos pensaban sería un “destape”.
A su alrededor, los nombres no eran menores: Alfredo Porras, Antonio Pérez, el diputado Alberto Alfaro, Alberto Maldonado, Lulú Barrera, el jurista José de Jesús Salazar Zazueta. Personajes con peso propio, rostros que en Jalisco saben de cálculos, alianzas y batallas. La presencia de todos ellos no podía pasar inadvertida. Tampoco el murmullo entre los periodistas que, con la libreta lista, aguardaban la frase que encendiera los titulares del día siguiente.
Pero el acto, en apariencia, fue otra cosa. Pozos no habló de candidaturas ni de futuros políticos. Habló de gratitud, de la amistad como combustible en su trayectoria. Y, sobre todo, habló de números: de presupuestos que no cuadran porque las instituciones fallan en lo que envían, de carreteras y medicamentos en entredicho, de la Universidad de Guadalajara con sus eternos reclamos. Un discurso que navegó entre la aclaración y la defensa, entre lo técnico y lo humano.
Al final, todos se fueron con el “gran sabor de boca” de haber compartido con la diputada. Aunque nadie lo dijo en voz alta, quedó la sensación de que lo que allí ocurrió fue mucho más que una simple reunión de convivencia. En la política, los banquetes rara vez son inocentes, y los agradecimientos suelen ser la antesala de una jugada mayor.
No hubo destape, es cierto. Pero el eco que dejó la reunión se parece demasiado al rumor que antecede a la tormenta. Y en Jalisco, los rumores suelen ser más certeros que los comunicados oficiales.
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