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El presupuesto de todos: cuentas claras, nación visible

Por Amaury Sánchez G.

Hay decisiones que, aunque parezcan técnicas, son profundamente políticas. Abrir las mesas de discusión del Presupuesto de Egresos de la Federación 2026 al público no es solo un gesto de transparencia: es un acto simbólico que habla del tipo de país que la presidenta Claudia Sheinbaum pretende edificar.
Un país donde el dinero —ese nervio que mueve los sueños y los abusos— deja de ser misterio para convertirse en compromiso visible.

En los salones donde se discuten los números del Estado, la diputada Mery Gómez Pozos anunció el inicio de los análisis con todas las fuerzas políticas y la ciudadanía como testigos. Detrás de esa apertura hay algo más que una metodología: hay una narrativa de gobierno que busca diferenciarse de los años del cálculo cerrado y la opacidad conveniente.
Sheinbaum, que llegó al poder bajo la promesa de continuar la transformación, parece decir con esta medida que la rendición de cuentas no es un favor, sino una obligación moral.

El dinero que no se oculta

México vive un momento insólito: recauda más sin cobrar más. Una paradoja virtuosa que suena a justicia fiscal en un país acostumbrado a ver a los grandes deudores pasearse impunes.
La diputada Gómez Pozos lo resumió con una frase sencilla pero poderosa: “habla de la responsabilidad de los contribuyentes y del esfuerzo del gobierno para que quienes deben pagar, paguen”.
Detrás de esa oración se esconde una de las transformaciones silenciosas más importantes de los últimos años: el fin del privilegio tributario.

No se aumentan impuestos, pero sí se cierran las grietas por donde se fugaban fortunas enteras. Y eso, en la aritmética del poder, vale más que cualquier reforma grandilocuente.

Presupuesto con rostro humano

El proyecto para 2026 anuncia incrementos en seguridad, educación y salud, las tres vértebras de un Estado que no puede sostenerse solo con cifras macroeconómicas.
Pero lo que resulta más revelador es la decisión de destinar 10 mil millones de pesos del impuesto a bebidas azucaradas a un fondo para combatir la obesidad y la diabetes.
Gómez Pozos aclaró que no se trata de un asunto recaudatorio, sino de salud pública. Y ahí el discurso se eleva: el dinero, por una vez, no busca llenar las arcas, sino salvar cuerpos.

Narciso Bassols habría celebrado esta intención, recordándonos que la economía no tiene sentido sin justicia social.
Un presupuesto no es un conjunto de partidas: es una declaración moral del Estado sobre lo que considera urgente y lo que prefiere postergar.
Invertir en salud y educación no es gasto: es una forma de reparación histórica.

Política con luz encendida

Abrir las mesas al público, sin embargo, no garantiza que la política se vuelva virtuosa.
El riesgo de todo acto de transparencia es que también desnuda al que lo promueve.
Las cámaras, los ciudadanos y la oposición verán no solo los números, sino los gestos, los titubeos y las alianzas que se tejen en el fondo.
Esa es la apuesta: gobernar con las luces encendidas implica perder el refugio de la penumbra.

Pero acaso ahí radique la diferencia entre la política del cálculo y la política del compromiso.
Claudia Sheinbaum parece entender que la confianza no se exige, se gana.
Y que el presupuesto de un país no solo se aprueba: se legitima, se defiende y se honra en cada peso.

Un pacto moral con la nación

El presupuesto 2026 no debería leerse como un simple documento contable, sino como un pacto moral entre el Estado y sus ciudadanos.
Cada peso asignado revela una intención: proteger, educar, curar o castigar.
Cada cifra es una línea escrita en la historia social del país.

Luis Spota diría que en la política, como en la vida, “todo se paga, aunque no siempre con dinero”.
Y Bassols añadiría que el Estado debe pagar su deuda con la justicia antes que con la banca.

Hoy, con las mesas abiertas, México asiste a un ensayo de democracia económica.
Tal vez por fin el dinero público empiece a comportarse como lo que siempre debió ser: de todos, para todos, bajo la mirada de todos.


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