Por Carlos Anguiano
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Vivimos tiempos de transición política y social. En México y particularmente en Jalisco, hemos sido testigos de cómo el poder cambia de manos, pero no siempre de forma. La llegada de Morena al gobierno federal y de Movimiento Ciudadano en nuestro estado ha representado, para muchos, una esperanza de transformación. Sin embargo, conviene preguntarnos con seriedad: ¿realmente está cambiando el ejercicio del poder, o simplemente están cambiando los rostros?
El poder, como lo analizaron los griegos, los romanos y las grandes civilizaciones occidentales, tiene una naturaleza constante. Quien lo ejerce, corre el riesgo permanente de volverse sordo ante la crítica, ciego ante la realidad y cerrado ante el disenso. No importa si el poder es de izquierda, de centro o de derecha; el verdadero desafío está en cómo se maneja, cómo se limita y cómo se somete al escrutinio público.
La condición humana es el mayor reto del poder. A las personas no nos gusta que nos cuestionen, que nos digan que no, que nos señalen cuando nos equivocamos. Esto es válido para cualquier individuo, pero en un gobernante esa resistencia puede convertirse en un serio peligro. Un poder que no acepta crítica se convierte en autoritarismo. Un liderazgo que no escucha deja de servir a la gente y comienza a servirse a sí mismo.
En una democracia, nuestros representantes lo son porque una mayoría les confió la responsabilidad de tomar decisiones en nombre de todos. Les dimos un mandato temporal, no una licencia para imponer sin consultar, para decidir sin rendir cuentas. Votar por un candidato no implica entregarle un cheque en blanco. Al contrario, es el inicio de una relación de vigilancia activa entre el ciudadano y su gobierno.
En este contexto, la ciudadanía tiene un papel fundamental que no puede delegar: vigilar, cuestionar, exigir y expresar su opinión. La libertad de expresión no es una concesión del gobierno; es un derecho inalienable que fortalece la democracia. Criticar a nuestros gobernantes no nos hace traidores ni enemigos del cambio; nos hace ciudadanos conscientes, responsables y comprometidos.
Lamentablemente, hoy enfrentamos una tendencia preocupante: algunos actores en el poder han comenzado a cerrar los oídos, los ojos y, lo más grave, a cerrar las bocas. Se pretende silenciar a quienes piensan distinto, se estigmatiza a la crítica, se descalifica al periodismo, y se minimiza la voz del ciudadano incómodo. Esto no es democracia, es regresión.
En Jalisco y en México necesitamos gobiernos fuertes, sí, pero también gobiernos humildes, autocríticos y abiertos al diálogo. No hay liderazgo perfecto, pero sí hay liderazgos capaces de rectificar, de aprender del error y de mejorar. Eso es lo que necesitamos construir: un poder dispuesto a escuchar, un gobierno dispuesto a corregir, una ciudadanía dispuesta a participar activamente.
La democracia no se defiende sólo en las urnas; se defiende todos los días, en la conversación pública, en el reclamo respetuoso, en la exigencia constante de resultados. Votar es importante, pero no suficiente. Debemos estar presentes durante todo el periodo de gobierno, recordando a quienes elegimos que su mandato no es propiedad, sino responsabilidad.
A las y los ciudadanos de Jalisco, a las y los electores de México: no dejemos que el poder se acostumbre al silencio. No permitamos que la crítica sea vista como amenaza. Nuestra voz es el mejor antídoto contra el abuso. Participemos, cuestionemos, propongamos. Porque al final, una democracia sin ciudadanos activos no es democracia; es sólo un simulacro. Te invito a suscribirte a mi canal www.youtube.com/c/carlosanguianoz y a intercambiar opiniones y dialogos constructivos.
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