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El peso de la ausencia: dólares migrantes y la soberanía en remesa

Por Amaury Sánchez G.

La patria al otro lado: México y el billete ausente Columna editorial al filo de AmaurySánchez , Día Internacional de las Remesas Familiares, 2025

I. Una nación que no migra… se estanca

El 16 de junio amanece con palabras grandes: “Día Internacional de las Remesas Familiares”. Las emisoras repiten cifras, los organismos internacionales aplauden, y en alguna dependencia federal alguien ordena diseñar una infografía con manos morenas sosteniendo billetes que cruzan el Atlántico o el Río Bravo. Pero en el fondo, detrás del homenaje global, lo que hay es un recordatorio brutal: México no solo exporta aguacates y automóviles, también expulsa gente. Y de esa gente vive.

Porque en este país que se presume soberano y orgulloso, uno de cada 10 hogares se sostiene con lo que manda el que ya no está. No el que huyó, sino el que cruzó por necesidad. El que trabaja allá para que aquí haya techo, tortillas, medicina o primaria terminada.

II. El golpe invisible: menos dólares, más incertidumbre

Según el Banco de México, abril fue un mes negro: las remesas cayeron 12.1 % respecto al mismo mes del año pasado, con un flujo de 4,761 millones de dólares. Es el segundo mes consecutivo de caída y el peor retroceso desde 2012.

Datos duros:

En 2024, México recibió 64,745 millones de dólares en remesas: más que lo generado por el turismo o el petróleo.

Las remesas son el segundo ingreso externo más importante del país, solo detrás de las exportaciones manufactureras.

Representan el 3.5 % del PIB nacional, y hasta el 15 % del ingreso total en algunos municipios rurales.

Ahora, cuando EE.UU. discute aplicar un impuesto del 3.5 % a los envíos de migrantes indocumentados, el escenario se vuelve más turbio. Según el Pew Research Center, el 37 % de los migrantes mexicanos allá están sin papeles. BBVA calcula que, de aplicarse este gravamen, se reducirían al menos 2,000 millones de dólares anuales en remesas. Una sangría lenta, pero profunda.

III. Cuando el dólar no llega, el hambre sí

La remesa no solo compra alimentos. También paga inscripciones escolares, lentes para la abuela, materiales de construcción para la casa, o simplemente evita que una madre se vea obligada a trabajar jornadas dobles. Casi una cuarta parte de las remesas se destinan a educación, salud y vivienda.

En lugares como la Montaña de Guerrero, la Mixteca o la Sierra Tarahumara, el dinero migrante ha suplantado al Estado. Si las remesas caen, no solo hay menos consumo, hay más pobreza, menos alfabetización, más mortalidad.

IV. Naciones Unidas y la paradoja de la dependencia

La ONU lo sabe y lo dice: las remesas superan la ayuda oficial al desarrollo y gran parte de la inversión extranjera directa. De hecho, entre 2025 y 2030, se calcula que podrían movilizarse 4.4 billones de dólares adicionales hacia países de renta media y baja.

Pero ese flujo no es eterno. No está blindado. No depende de un plan nacional sino de las políticas del país ajeno.

Y aquí el punto más delicado: si México basa buena parte de su estabilidad en lo que envían sus migrantes, ¿qué tan soberano puede ser cuando Estados Unidos decide sancionar, limitar o cobrar ese dinero?

La dependencia no es solo económica. Es geopolítica. Es estructural. Y es emocional.

V. El Estado que calla (y los bancos que ganan)

Mientras los organismos internacionales llaman a abaratar el envío de remesas


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