Cada día que pasa, la figura del gran empresario José Luis González Sánchez se revela como un enigma más profundo. No solo fue un hombre que, con su esfuerzo y dedicación, logró transformar la vida de muchas comunidades del campo, sacando a personas de la pobreza y llevándolas hacia la productividad. Se presentó siempre como uno más entre ellos, sin ostentar su riqueza ni su poder, capacidad que utilizo, en una ocasión que a su papa Don Roberto González de la torre le alteraron la leche un de los ex-socios, Don José Luis salvo de cárcel a su padre y muchos daños a la Lechera . Sin embargo, tras su fallecimiento, la historia da un giro inesperado, y lo que parecía ser un legado de generosidad se ve empañado por la ambición desmedida de quienes se dicen sus sobrinos.
Apenas se apagaron las luces de su funeral, y los sobrinos de Don José Luis, con sus influencias y su poder económico, iniciaron un juicio de sucesión intestamentaria. Este proceso, administrado por el juez octavo de lo familiar, se convirtió en un escenario donde la ética se desvaneció. Se pusieron de acuerdo para nombrar un albacea, cuyos honorarios, irónicamente, serían pagados por la misma empresa que Don José había construido con tanto esfuerzo: La Lechera Sello Rojo.
Este albacea, que se presentó como el legítimo representante de la voluntad de Don José, comenzó a comparecer en todos los procedimientos relacionados con su nombre. Pero, en un giro que haría sonrojar a cualquier guionista de telenovelas, se convirtió en la contraparte de la sucesión, enfrentándose a la contralora o a cualquier sociedad afiliada a Sello Rojo. Su misión parecía clara: revocar a los abogados que Don José había nombrado en vida, dejando a la sucesión en un estado de indefensión.
La corrupción se asomó en cada rincón de este proceso. El albacea, Alejandro Escoto Ratcovich, se prestó al engaño, dejando a los verdaderos herederos en una situación precaria. Los rumores apuntan a que los sobrinos, Abrahán y Masayi, incluso habrían tenido conversaciones con el mismísimo Marcelo Ebrard sobre este caso. ¿Acaso la política se ha infiltrado en lo que debería ser un asunto familiar?
El panorama es desolador. Este albacea ilegítimo, al no actuar en defensa de los intereses de la sucesión, ha permitido que el grupo Sello Rojo reclame daños y perjuicios, perjudicando gravemente a los herederos de Don José. La ambición desmedida de unos pocos ha puesto en jaque el legado de un hombre que dedicó su vida a ayudar a los demás.
Es evidente que hay mucho más de fondo en esta historia. La lucha por el control de un imperio construido con esfuerzo y dedicación se ha convertido en un campo de batalla donde la ética y la moral parecen haber sido olvidadas. La figura de Don José Luis, que debería ser recordada por su generosidad y su compromiso con la comunidad, se ve ahora ensombrecida por la codicia de aquellos que, en lugar de honrar su memoria, buscan aprovecharse de su legado.
Así, mientras la historia de Don José se despliega ante nuestros ojos, nos queda la reflexión: ¿qué legado realmente estamos construyendo? ¿Un legado de altruismo y apoyo a la comunidad, o uno de ambición y deslealtad? La respuesta, lamentablemente, parece estar en manos de quienes han decidido anteponer sus intereses personales a la memoria de un gran hombre.
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