Por Amaury Sánchez
Ah, Donald Trump. El magnate de la cabellera imposible y el bronceado sospechoso ha vuelto a hacer de las suyas, pero esta vez no solo está sacudiendo la política estadounidense, sino que, sin querer queriendo, está regalando puntos de popularidad a líderes internacionales que han decidido plantarle cara. Sí, señoras y señores, ser enemigo de Trump es el nuevo negocio político del siglo XXI. Si antes la moda era salir en Dancing with the Stars, ahora lo que vende es enfrentarse al magnate naranja.
Miren nada más a Mark Carney, el primer ministro canadiense que estaba más perdido que un pingüino en el Sahara antes de que Trump empezara a amenazar con “romper” Canadá (¿cómo se rompe un país? ¿Lo va a partir con una sierra gigante o qué?). Carney, que venía arrastrando las elecciones como si fueran lunes por la mañana, se paró firme, le sacó el pecho a Trump y dijo “aquí no te metes, compadre”. ¿El resultado? Un repunte milagroso en las encuestas: 43 % de los canadienses ahora creen que él es el indicado para ponerle un alto al grandulón del norte. Si gana las elecciones, le va a deber un ramo de flores y una botella de maple a Trump.
Pero mientras Carney juega al héroe de Marvel, en México la cosa ha sido más diplomática. Claudia Sheinbaum ha optado por la técnica del kung-fu político: evita el golpe directo, desvía el ataque y deja que el oponente se caiga solo. Trump amenaza con aranceles y con invadir México para frenar a los carteles, y Sheinbaum, tranquila, responde con medidas concretas para controlar la migración y el tráfico de fentanilo. ¿El resultado? Trump terminó elogiándola, llamándola «una mujer maravillosa» (y eso viniendo de Trump es casi como ganar un premio Nobel). La jugada le ha funcionado tan bien que su popularidad está en un 85 %. Si sigue así, va a ser más popular que la Selección Mexicana después de ganarle a Brasil.
Y mientras en América del Norte algunos se están haciendo ricos en popularidad, en Ucrania Volodímir Zelenski ha encontrado en Trump una especie de villano de caricatura. Trump le bajó el apoyo a Ucrania y Zelenski, lejos de deprimirse, usó el ataque como combustible para unificar al pueblo ucraniano. Su popularidad subió al 67 %, y ahora es prácticamente un héroe nacional. La pregunta es si esta luna de miel con el electorado durará más que las sanciones a Rusia.
En Francia, Emmanuel Macron también se subió al tren del “vamos a pegarle a Trump a ver si nos va mejor”. En una visita a Washington, Macron le sonrió a Trump, le dio una palmadita en la espalda, y luego, en cuanto Trump se volteó, le dio un buen zape diplomático desmintiendo sus afirmaciones sobre la ayuda europea a Ucrania. Macron subió seis puntos en las encuestas. No es que ahora los franceses lo amen, pero al menos ya no lo odian tanto.
Y luego está Keir Starmer, el primer ministro británico, que hizo la versión británica de esta estrategia: fue a Washington, le sirvió un té a Trump (supongo) y consiguió unas concesiones comerciales. Subió varios puntos en las encuestas y ahora se siente tan seguro que hasta podría ponerle leche al té después del agua sin que lo crucifiquen en los tabloides.
Así que ahí lo tienen. Resulta que Trump es como ese villano de telenovela que, sin darse cuenta, termina convirtiendo a todos los protagonistas en héroes. Pero ojo, que esto no es garantía de éxito a largo plazo. Una vez que Trump se canse de amenazar al mundo y vuelva a sus campos de golf, estos líderes tendrán que enfrentarse a los verdaderos problemas de siempre: inflación, corrupción, crisis migratoria y demás pesadillas cotidianas. Ahí es donde se verá quién es de verdad un buen líder y quién solo estaba aprovechando la sombra de Trump para brillar un rato.
Pero bueno, mientras tanto, parece que Trump les ha dado a todos una lección de política: si no puedes vencerlo… ¡úsalo como sparring para subir en las encuestas!
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