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“El club de los complots y la ultraderecha de café”

Por Amaury Sánchez

En un giro digno de una novela de espías de segunda mano, Santiago Abascal, líder de Vox y autoproclamado guardián del mundo libre (aunque más bien parece el vigilante del vecindario que se toma demasiado en serio su trabajo), ha organizado un cónclave en Washington con algunos presidentes y representantes latinoamericanos. El objetivo: salvar a la humanidad de las temibles “narcodictaduras” y el siniestro Tren de Aragua.

El “Club de la Libertad” (pero solo para algunos)

El evento, que tuvo lugar en el Centro para una Sociedad Libre y Segura (un nombre tan pretencioso que uno casi espera que vendan pases anuales), reunió a personajes como Luis Abinader, de República Dominicana, y Santiago Peña, de Paraguay. Faltó Milei, pero, según rumores, quizá estaba ocupado haciéndole un “exorcismo” al Banco Central de Argentina.

Entre café caro y discursos grandilocuentes, Vox lanzó acusaciones a diestra y siniestra: que si Cuba y Venezuela son los malos de la película, que si el Foro de São Paulo y el Grupo de Puebla son prácticamente sectas criminales, y que China, Rusia e Irán están complotando contra “el mundo libre”. Todo suena tan alarmante como un tráiler de Hollywood, solo que sin efectos especiales que lo respalden.

¿Narcodictaduras o pura paranoia?

No hay duda de que América Latina enfrenta desafíos reales, desde el narcotráfico hasta la inseguridad, pero reducir todo a una conspiración comunista global suena más a guion de serie de Netflix que a análisis serio. Según Vox, el Tren de Aragua, una banda delictiva venezolana, es parte de una estrategia criminal para dominar el continente. Si seguimos su lógica, tal vez también los asaltantes de combis en México son agentes del Foro de São Paulo.

Este tipo de narrativas son peligrosas no por lo que dicen, sino por lo que ignoran. Hablar de “narcodictaduras” y “enemigos del mundo libre” simplifica problemas complejos y los convierte en una excusa para justificar agendas políticas que no siempre priorizan los derechos humanos ni el desarrollo sostenible.

La ultraderecha se pone filosófica (o eso intenta)

Lo curioso es que este tipo de reuniones suelen ir acompañadas de discursos sobre “defender la libertad” y “proteger los valores occidentales”, aunque esos valores a veces incluyen cerrar fronteras, censurar ideas contrarias y tratar de imponer agendas ideológicas desde una cómoda distancia. Es decir, libertad… pero solo para quien piensa igual.

Mientras tanto, el verdadero enemigo no es un tren venezolano ni un fantasma comunista. Es la desigualdad, la corrupción y la falta de oportunidades, problemas que no se resuelven con reuniones en salones alfombrados, sino con políticas públicas reales y trabajo de campo.

Conclusión: Del café a la acción (pero menos discurso, por favor)

El mundo libre necesita menos congresos de ultraderechistas autocelebratorios y más cooperación realista. Porque, al final, lo que estos encuentros suelen dejar son comunicados cargados de adjetivos y muy pocas soluciones concretas.

Eso sí, si el próximo paso de Vox es enfrentarse al Tren de Aragua montados en burros mientras gritan “¡Por el mundo libre!”, avísenme. ¡Ese espectáculo no me lo pierdo por nada!


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