Por Carlos Anguiano
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En la vida política, existe un concepto que define las dinámicas de poder: el Círculo Rojo. Este término, acuñado en el argot político, describe a una red informal de individuos influyentes cuyas decisiones, análisis y opiniones impactan directamente en la dirección de un país. El Círculo Rojo es un ecosistema de élites interconectadas. Está conformado por un grupo selecto que abarca desde gobernantes y legisladores, hasta analistas políticos, líderes de opinión, empresarios de alto calibre, académicos de prestigio y líderes sociales. Su poder reside en su capacidad para generar y acceder a información privilegiada, moldear la agenda pública y ejercer influencia sobre los tomadores de decisiones. No son un grupo homogéneo; sus miembros pueden ser aliados o acérrimos rivales, pero todos comparten el mismo terreno de juego: el poder. Esto les permite no solo participar en el debate, sino también posicionar sus propios intereses y visiones.
La cooptación de nuevos miembros en este círculo no es un proceso formal de reclutamiento. Se produce de forma estratégica y orgánica. El Círculo Rojo tiende a integrar a jóvenes talentos con potencial en el periodismo, la academia o la política, ofreciéndoles espacios de visibilidad, oportunidades de mentoría o cargos que los vinculan a la red. Esta cooptación asegura la supervivencia del círculo y la renovación de sus ideas, pero también genera el riesgo de crear dependencias o alinear a estas nuevas voces con el statu quo.
Es crucial diferenciar el Círculo Rojo de otros conceptos relacionados con el poder. El Primer Círculo de un gobernante, por ejemplo, es su equipo más íntimo de colaboradores y asesores, cuya lealtad es personal e incondicional. A diferencia del Círculo Rojo, que es una red amplia y transaccional, el Primer Círculo es cerrado y su existencia está atada al mandato de un líder. Su objetivo principal es la supervivencia política del gobernante, y sus miembros cambian cuando este deja el poder.
Por otro lado, la «burbuja» del poder se refiere al entorno artificial y protegido en el que viven los líderes, desconectados de las realidades de la gente común. El Círculo Rojo es un ecosistema de debate e influencia; la burbuja es un estado de desconexión. Un líder en su burbuja puede tomar decisiones basadas en información sesgada, mientras que el Círculo Rojo, aunque a veces contribuye a esa desconexión, también puede ser la fuente de las críticas que perforan dicha burbuja.
La trilogía cinematográfica de «El Padrino» ofrece un estudio sociológico y político de estas dinámicas. A través de la familia Corleone, podemos observar de forma dramatizada cómo operan estos círculos de poder. Don Vito Corleone, en la primera entrega, es un maestro en la construcción de su propio Círculo Rojo. Su poder no proviene únicamente de la violencia, sino de una vasta red de favores que lo conecta con jueces, políticos y empresarios. Él es el centro de un sistema donde la lealtad es un activo, pero los intereses son el verdadero motor. Su «Primer Círculo» —integrado por sus hijos y consejeros como Tom Hagen— es el núcleo de su familia, pero su «Círculo Rojo» es mucho más extenso.
Más tarde, en la secuela, Michael Corleone intenta la legitimación. Busca salir del ámbito criminal y consolidar su influencia a través de negocios legales, como los casinos en Las Vegas. Sin embargo, descubre que en los círculos del poder «legítimo»—representados por figuras como HymanRoth y el senador Pat Geary— la traición, la corrupción y el cálculo de intereses son tan despiadados como en el mundo de la mafia. En la tercera parte, Michael busca redimirse a través del poder de la Iglesia, solo para encontrar que incluso en las más altas esferas del Vaticano, las mismas dinámicas de conspiración y poder operan sin piedad.
La saga de los Corleone nos enseña una lección fundamental: la naturaleza del poder, ya sea en la política, los negocios o el crimen, a menudo sigue las mismas reglas. El Círculo Rojo, con su acceso, sus redes y su influencia, es una representación fiel de cómo estas reglas se aplican en la vida real, más allá de los titulares y los discursos oficiales.
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