Por Amaury Sánchez G.
En Tlajomulco no hace falta ir a Ucrania para ver ruinas: basta con recorrer sus fraccionamientos fantasma. Calles que parecen escenografía de película posapocalíptica, bardas grafiteadas que compiten con el muralismo, y casas vacías donde los perros callejeros hacen guardia más fiel que el Infonavit. Es el famoso “Chernóbil mexicano”: 77 mil viviendas abandonadas, lo que convierte al municipio en campeón nacional de la vergüenza urbana.
Y ahí llega Claudia Sheinbaum con la escoba en mano, denunciando a los señores del ladrillo: el “cártel inmobiliario”. Porque aquí no hay pistolas, hay escrituras; no hay fusiles, hay permisos de uso de suelo; y el kilo de corrupción se vende más caro que la varilla.
Pero ojo: Tlajomulco es apenas la punta del iceberg. Vayamos un poco al norte, a Zapopan, donde el “desarrollo urbano” ya parece de novela surrealista. En el Valle de los Molinos, cientos de familias fueron condenadas a vivir en lo que parece un tablero de ajedrez mal diseñado: fraccionamientos gigantescos, sin transporte digno, sin escuelas suficientes, y con calles tan largas y repetitivas que uno no sabe si va camino a su casa o al laberinto del Minotauro. En las mañanas, las filas de camiones urbanos parecen procesiones religiosas donde el milagro es encontrar asiento.
Y como si eso no bastara, está el proyecto del Bosque de los Colonos, aprobado entre sombras judiciales. Aquí la cosa se pone sabrosa: los magistrados, elegidos con dedicatoria por el Congreso local —donde Movimiento Ciudadano reparte las cartas como si fueran la baraja española—, dieron el sí a la construcción de 17 mil viviendas en un municipio que ya sufre para darle agua a los que viven ahí. Es decir: más casas, menos agua, y mucho más negocio. El equilibrio ecológico vale gorro, porque lo importante es mantener el equilibrio… de las carteras de quienes mandan.
Y claro, los políticos fingen indignación: “¡los jueces son los culpables!”, gritan en coro. Pero nadie menciona que los jueces y magistrados llegaron a esos cargos con sus votos, con sus acuerdos de medianoche, con esas cuotas de poder que se reparten como pastel de cumpleaños. Hipocresía a tres bandas: gobierno municipal, Congreso y Poder Judicial. Un verdadero trío amoroso inmobiliario.
El Infonavit, que nació para darle casa digna a los trabajadores, terminó convertido en banco chueco: créditos impagables, casas en medio de la nada, y familias atrapadas en deudas más largas que la cuaresma. Muchos terminaron abandonando la vivienda, dejando atrás el sueño y quedándose con la pesadilla de seguir pagando por una casa que ya ni habitan. Y mientras tanto, los desarrolladores de Tlajomulco y Zapopan se frotan las manos: el negocio no está en la gente, sino en la tierra.
La presidenta propone un censo nacional de 800 mil casas abandonadas. Sí, un inventario del desastre. Y cruzarlo con el Infonavit para limpiar la basura financiera: condonar créditos pagados dos o tres veces, reestructurar deudas, reasignar viviendas. La idea no suena mal. Pero lo difícil no es contar las casas: lo difícil es meterle freno a los tiburones inmobiliarios y a los políticos que les hacen reverencia.
Porque aquí el problema no es técnico: es político. Si de verdad se quiere acabar con el “cártel inmobiliario”, hay que meterle lupa al cabildo que aprobó fraccionamientos a diestra y siniestra; al Congreso que elige magistrados a modo; y a los jueces que reparten sentencias como si fueran rifas.
El Valle de los Molinos es el mejor ejemplo de lo que pasa cuando los fraccionadores mandan: miles de familias atrapadas en un mar de casas idénticas, sin servicios, sin transporte, sin parques, y con una calidad de vida digna de caricatura de Kafka. Y el Bosque de los Colonos es el laboratorio perfecto del futuro: destruir un área natural para construir más “molinos de viento”, esta vez con permiso judicial.
Entonces, la pregunta es: ¿quién va a tener el valor de enfrentarse a este club VIP del ladrillo torcido? ¿La Federación? ¿Los municipios? ¿El Congreso? ¿O se seguirá jugando al Tío Lolo: hacerse menso solito?
Mientras tanto, la presidenta encendió los reflectores y dijo: “Aquí está el cártel inmobiliario”. Y aunque el término incomode a más de uno en Zapopan y Tlajomulco, la verdad es que no se necesita sicario cuando se tiene notario, ni pistola cuando se tiene un permiso de uso de suelo.
Lo que se necesita, de veras, es voluntad política. Porque las casas ya están, lo que falta es ciudad. Y en tanto eso no pase, Tlajomulco seguirá siendo el “Chernóbil mexicano”, el Valle de los Molinos un Tetris mal jugado, y el Bosque de los Colonos un recuerdo verde que pronto será gris.
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