Por Amaury Sánchez G.
En política —como en el teatro de feria— todo depende de cómo y cuándo cae el telón. La historia que hoy nos ocupa huele a cloro y a gabinete cerrado. Ocurrió en Jalisco, tierra de aguas turbias y funcionarios que juran por la familia, pero callan ante el boletín oficial.
El gobernador Pablo Lemus apareció en escena con la furia medida de un actor de reparto que por fin consigue protagónico. Dijo que no permitiría “aumentos excesivos” en el cobro del agua potable. Que en su gobierno se defendería la economía familiar. Que lo del SIAPA, ese organismo cuyo nombre suena más a amenaza que a servicio, no pasaría. El auditorio aplaudió. Los noticieros repitieron el gesto como consigna. Se alzó la cortina. ¡El gobernador salvaba al pueblo del «tarifazo»!
Pero detrás de la escenografía, alguien había olvidado quitar los clavos del montaje.
El periodista Julio Hernández, curtido en desmontar el decorado de los poderosos, preguntó lo obvio: ¿cómo pudo sorprender al gobernador un acuerdo firmado el 6 de junio por una comisión donde sus propios funcionarios —no uno, ni dos, sino nueve representantes del gabinete estatal— dieron su venia? ¿Es posible que ningún secretario, subsecretario, ni asesor se atreviera a informarle? ¿O todos estaban esperando la señal para fingir escándalo?
Las opciones son dos, y ambas son la misma:
O el gobernador mintió para parecer héroe,
o el gobernador ha perdido el control de su gobierno.
Y cualquiera de las dos cosas, en un Estado que presume eficiencia y desarrollo, es un escándalo.
Porque no hablamos de una obra menor. Se trata del servicio más básico —el agua— y de un intento de aumentar su costo con nocturnidad administrativa. Mientras la gente carga cubetas por fallas constantes, mientras el SIAPA sigue operando como un laberinto sin fondo ni rostro, alguien decidió aumentar las tarifas sin explicarle a la sociedad por qué. Peor aún: sin explicar quién iba a pagar el precio político.
Y así, Lemus decidió revivir una vieja práctica: hacer como que lo sorprendieron, como que lo traicionaron, como que nadie le avisó. Es el argumento predilecto de los políticos que quieren jugar al mártir sin renunciar al trono. El mismo recurso del jefe que grita “¿quién autorizó esto?” sabiendo que fue él quien firmó el memorándum.
Luis Spota, en sus novelas, solía escribir que en México hay políticos que se ofenden cuando les mienten… y también cuando les dicen la verdad. En este caso, la verdad incomoda. Porque revela que en el corazón del gobierno de Jalisco hay algo más grave que un abuso tarifario: hay desprecio por la inteligencia del pueblo, hay cálculo en la improvisación, y hay cinismo en la supuesta rectificación.
¿Será este el estilo de gobierno que Lemus proyectará a nivel nacional? ¿El del bombero que antes de apagar incendios los provoca con cerillos húmedos? ¿El del líder que habla de reingeniería mientras flota sobre los escombros de su propia negligencia?
Dicen que el tarifazo murió. Pero su cadáver sigue oliendo a complicidad, a simulación, y a un guión que —por mal actuado— terminó revelando demasiado.
Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que La Verdad Jalisco no se hace responsable de los mismos.