Por Amaury Sánchez
El regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos puede leerse como la segunda temporada de una serie cuyo lema, “Make America Great Again”, podría traducirse como “Hacer a América grande, aunque sea a empujones”. A sus 78 años, el magnate convertido en político no ha perdido el toque para acaparar titulares y prometer soluciones con la facilidad de quien ofrece descuentos en una liquidación de bienes raíces.
En el primer acto de este reality político, Trump promete resolver en “24 horas” un conflicto que ha consumido millones de dólares del bolsillo estadounidense: la guerra entre Ucrania y Rusia. Según su declaración, bastaría un acuerdo, cuya sustancia se desconoce, para detener un conflicto que lleva más de mil días, como si la diplomacia internacional fuese un juego de Monopoly en el que basta con negociar hoteles en lugar de territorios.
Y mientras Trump se viste de pacificador global, su agenda doméstica se antoja menos diplomática. Su promesa de deportaciones masivas no es nueva; el republicano parece considerar que la grandeza de América empieza por vaciarla de migrantes, a quienes sigue etiquetando con descalificativos que, por lo general, no caben en un editorial decente. La estrategia es clara: hablar fuerte para conquistar al electorado que cree que los problemas nacionales entran por la frontera sur.
Economía: La política del 25%
En el frente económico, Trump desempolva su conocido discurso proteccionista, amenazando con aranceles del 25% a los productos de sus socios del T-MEC. Su lógica parece sencilla: “Si es importado y tiene etiqueta de Made in México o Canadá, castiguémoslo”. Esta táctica recuerda al jardinero que quema las flores de su vecino para que el pasto propio parezca más verde. Claro, las repercusiones de un arancel así podrían ser desastrosas para las cadenas de suministro norteamericanas, pero eso nunca ha detenido a Trump. Al final, él sabe que las cifras económicas son como las encuestas: siempre hay una forma de manipularlas para que parezcan favorables.
Pacificador de conflictos: ¿en serio?
El capítulo internacional de su agenda es igualmente controversial. Trump aplaudió el cese al fuego entre Israel y Hamás, pero con una advertencia digna de un mafioso: respaldar a Israel si decide reanudar hostilidades. Por otro lado, su plan de resolver la guerra en Ucrania en tiempo récord roza la ciencia ficción. Es una propuesta tan ambiciosa como vaga, lo que deja la impresión de que para Trump, las guerras son solo problemas de relaciones públicas con solución en un tuit.
El magnetismo del magnate
Con todo y sus controversias, Trump cuenta con un sorprendente respaldo popular. Su aprobación, que era del 40% al inicio de su carrera presidencial, ahora roza el 55%. Quizá porque, en un mundo tan polarizado, Trump no ofrece respuestas, sino certezas. Aunque sus certezas sean tan cuestionables como sus declaraciones sobre el cambio climático o su relación con Stormy Daniels, sus seguidores parecen encontrar consuelo en su estilo directo, esa mezcla entre vendedor de autos usados y rockstar de la política.
Conclusión
Donald Trump es, ante todo, un espectáculo en sí mismo. Con aranceles, deportaciones y promesas de paz exprés, su segundo mandato pinta para ser igual de polarizante que el primero. Su política es un cóctel entre nacionalismo proteccionista y diplomacia de brocha gorda, y aunque sus acciones puedan parecer precipitadas o incluso imprudentes, nadie puede negar que el magnate sabe cómo mantenernos atentos a su reality. Al final, en el circo de la política internacional, Trump no es el domador ni el acróbata, sino el showman que vende los boletos. Y lo hace mejor que nadie.
Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que La Verdad Jalisco no se hace responsable de los mismos.