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Diputados en el M8: cuando la política se disfraza de lucha


Amaury Sánchez
Hay imágenes que por sí solas cuentan una historia. Y luego están aquellas que gritan a los cuatro vientos una incongruencia tan grande que hasta la estatua de la justicia se tapa los ojos con vergüenza. Tal es el caso de un diputado encabezando el mitin del Día Internacional de la Mujer, rodeado de pancartas y consignas que, en teoría, cuestionan al poder… pero que, en la práctica, terminan escoltadas por él.

Porque aquí no hablamos de un aliado feminista de esos que han dado la batalla en el Congreso por leyes que realmente protejan a las mujeres. No. Hablamos de un político que, como muchos otros, ve en el feminismo no una causa, sino una pasarela. Un foro. Un trampolín electoral envuelto en morado y verde.

Cuando el poder quiere ser el pueblo

La marcha del 8 de marzo no es un desfile de funcionarios en campaña, ni un evento protocolario donde los políticos pueden acomodarse al frente para la foto. Es, y siempre ha sido, un espacio de denuncia, de resistencia, de rabia contra las instituciones que, con discursos bonitos y leyes a medias, siguen sin garantizar una vida libre de violencia para las mujeres.

Entonces, ver a un diputado encabezando la marcha es como ver al gerente de un banco liderando una protesta contra los intereses abusivos. No cuadra. No embona. No tiene sentido.

Si de verdad quisiera apoyar la causa, no necesitaría ponerse al frente, sino trabajar desde su trinchera: impulsando presupuestos con perspectiva de género, garantizando que las mujeres tengan acceso real a la justicia, legislando para que no haya más agresores en las boletas electorales. Pero claro, eso no da tantas luces ni aplausos como caminar entre pancartas con el pecho inflado y la sonrisa lista para la selfie.

La gran incongruencia

El feminismo no es un accesorio que los políticos pueden colgarse cuando conviene. Y mucho menos un escenario donde pueden pararse como si fueran los protagonistas. La lucha de las mujeres es contra un sistema que las ha violentado, silenciado y usado como moneda de cambio en la política. Un sistema que, para colmo, está representado por tipos como este diputado, que cree que marchar es suficiente para redimir a su partido de todos sus pecados en materia de género.

Y ahí está el verdadero problema: la apropiación del discurso. Porque cuando el poder se mete en la marcha, la marcha deja de ser un grito contra el poder. Se convierte en un espectáculo, en una coreografía donde el que debería ser interpelado se convierte en “líder de la causa”.

Si algo han dejado claro los movimientos feministas es que no necesitan salvadores, ni caudillos, ni figuras que se autoproclamen portavoces. Lo que exigen es justicia, coherencia y un compromiso real. Y ese compromiso no se demuestra con fotos en la marcha, sino con votos en el Congreso.

Conclusión: la simulación de siempre

El M8 no es un evento para que los políticos hagan campaña. No es un espacio para lavar la cara de gobiernos que han protegido a agresores o que han minimizado la violencia de género cuando les resulta incómodo. Es un día de protesta, no un mitin electoral disfrazado de progresismo.

Así que, señor diputado, si de verdad quiere apoyar la lucha feminista, deje de tomarse fotos en la marcha y empiece a hacer su trabajo. Porque caminar al frente de la manifestación no lo convierte en aliado, pero aprobar leyes justas y garantizar justicia para las víctimas, tal vez sí.


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