Por Amaury Sánchez G.
Hoy, 24 de julio, el mundo entero levanta su copa para celebrar al tequila. Desde Nueva York hasta Tokio, el destilado mexicano cruza fronteras como embajador de nuestra cultura, de nuestras tierras, de nuestras raíces más profundas. Pero mientras los reflectores se posan sobre las botellas de lujo y los cocteles de exportación, el verdadero corazón del tequila —el agave y quienes lo cultivan— vive en una crisis silenciosa.
Este Día Internacional del Tequila, que coincide con la declaratoria del paisaje agavero como Patrimonio de la Humanidad en 2006, debe ser más que una celebración turística o comercial. Debe ser una oportunidad para mirar con responsabilidad los desafíos que enfrenta la cadena productiva del agave-tequila, particularmente en Jalisco, su cuna histórica.
El problema central hoy se llama sobrecultivo. Se está sembrando más agave del que puede absorber la industria. Esto ha provocado ciclos de sobreoferta, caída de precios y afectaciones directas a los pequeños productores. Mientras las grandes empresas planean con contratos y reservas, los campesinos asumen todos los riesgos, a menudo sin respaldo, sin asistencia técnica y sin acceso justo al mercado.
Ante esta situación, el delegado federal de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (SADER) en Jalisco, Alfredo Porras Domínguez, no ha dejado de trabajar. Con paso firme y convicción social, ha sostenido encuentros con ejidatarios, cooperativas y productores independientes, llevando la directriz clara del gobierno federal: atender el campo con justicia y poner primero a los pobres.
Porras ha impulsado mesas de trabajo para ordenar la siembra, fomentar el uso del agave criollo, promover prácticas agrícolas sostenibles y buscar esquemas de valor agregado que den autonomía a los productores. Ha canalizado apoyo técnico y ha gestionado la voz de los pequeños agaveros en foros donde antes sólo estaban las grandes marcas.
Hoy no basta con brindar. Es necesario proteger la raíz de nuestra bebida más emblemática. El tequila no sólo nace del agave, nace de la dignidad del campesino. Y esa dignidad se defiende con políticas públicas, con presencia en el territorio y con funcionarios como Alfredo Porras que entienden que la verdadera transformación se cultiva desde abajo, con tierra en las manos y justicia en el horizonte.
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