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“Del hueso al huesito… y la verdad enterrada”

Por Amaury Sánchez

Dicen que en Jalisco lo que no arde, se entierra. Y si no hay fuego, se inventa uno. O se le echa la culpa a los animales. Así parece que va la historia del Rancho Izaguirre, ese spa rural que, según unos, fue centro de adiestramiento, según otros, crematorio clandestino, y según el gobernador Pablo Lemus… ¡un zoológico arqueológico!

Resulta que un día llegan las madres buscadoras —esas heroínas sin capa pero con pico y pala— al rancho de marras y encuentran restos óseos. Huesos, pues. De esos que no son de res ni de pollo, sino que traen una historia humana, triste y dolorosa. Entran los peritos, los fiscales, los políticos… y empieza la danza de las contradicciones.

Primero, don Gertz Manero, nuestro fiscal de cabecera (que en paz despierte), sale muy serio en la mañanera de doña Claudia a decir que sí, hay restos humanos con huellas de cremación. Unos cuencos óseos —¡así dijo!— que no permiten reconstruir un solo cuerpo, pero que dan testimonio del infierno terrenal que fue ese rancho. Hasta ahí, todo parecía lógico: un lugar usado para entrenar sicarios y desaparecer incómodos.

Pero ¡ah, qué bonito es Jalisco cuando llueve confusión! A las pocas horas, aparece Pablo Lemus, el gobernador fashionista que gobierna con peinado de influencer, y suelta una joya digna de premio Ariel:
«Ha habido confusión porque sí eran restos óseos, pero no humanos.»
¡Pum! A ver, ¿cómo le explico, mi estimado lector? Según Lemus, las madres buscadoras no encontraron víctimas del crimen organizado… ¡sino una barbacoa mal cocida! Que eran huesos de animalitos, dijo. De qué tipo, no especificó, pero seguro no eran de unicornio porque de esos no hay en Teuchitlán.

Y como esto no es comedia sin enredos, el propio Lemus luego dice que “todo coincide con el informe de la FGR”. ¿Con cuál informe, jovenazo? ¿Con el que dice que sí son humanos o con el que usted mismo se inventó para no espantar a los turistas de Tequila?

La cosa se pone mejor (o peor, según el estómago del lector), cuando las madres buscadoras —que conocen un hueso más que el chef de Kentucky— explican que los hornos no eran como los de panadería, sino huecos en la tierra donde cremaban cuerpos y luego los tapaban. Práctico, rápido y sin rastro arquitectónico. Pero las autoridades, que piensan en hornos con chimenea y cancel de vidrio templado, insisten en que “no hay estructuras de cremación”. ¡Y pues claro! ¡Tampoco hay estructura moral!

Pero eso sí, Lemus se compromete a seguir reuniéndose con las buscadoras, como si una selfie con ellas sirviera para identificar un fémur. Todo muy solidario… mientras el hueso no sea político.

En resumen: el Rancho Izaguirre es un rompecabezas donde falta el instructivo, las piezas y la voluntad. Unos dicen que era centro de entrenamiento, otros que era crematorio, y el gobernador asegura que es más bien un episodio perdido de Animal Planet.

Y mientras las versiones oficiales se achicharran en el fuego cruzado de la ineptitud, las madres siguen buscando a sus hijos, entre la tierra, las mentiras y los restos que —humanos o no— nos muestran lo más inhumano de nuestra historia.

Posdata: Si alguien encuentra un hueso, por favor no lo lleve al veterinario. Capaz que nos lo devuelven con croquetas.


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