Por Amaury Sánchez
La última reflexión de Jimmy Carter, como un eco de un oráculo que despide su última verdad al mundo, nos pone frente a una comparación dolorosa pero certera: el declive estadounidense frente al ascenso chino no es un accidente, es un diseño. Un diseño que, según Carter, no es obra de los chinos, sino del empecinamiento gringo en buscar enemigos donde podría haber aliados, y conflictos donde podría haber progreso.
Jimmy Carter, quien ya se encuentra en el ocaso de su vida, ha lanzado una verdad incómoda frente al siempre polémico Donald Trump. Este mensaje no es sólo para Trump, sino para una nación que ha olvidado que la grandeza no se mide en bombas lanzadas, sino en puentes construidos.
¿El imperio de la guerra o el del progreso?
Carter destapa una cruda realidad: desde la normalización de relaciones con China en 1979, el gigante asiático no ha necesitado disparar un solo misil para posicionarse como líder global. Mientras tanto, Estados Unidos, la “nación más guerrera de la historia”, ha derrochado su potencial en conflictos internacionales, dejando su infraestructura, salud pública y educación en un estado lamentable. Es como si un hombre con hambre decidiera usar sus últimos billetes no para comprar comida, sino para gastar en fuegos artificiales para impresionar a sus vecinos.
China, en contraste, ha invertido en aquello que construye civilizaciones: tecnología, infraestructura y conocimiento. ¿El resultado? Tren bala tras tren bala cruza los vastos territorios chinos, mientras en Estados Unidos los puentes se derrumban y el sistema ferroviario parece atrapado en el siglo XIX.
El precio de la hegemonía
La acusación más poderosa de Carter no es que Estados Unidos haya desperdiciado recursos en guerras, sino que estas guerras son una obsesión egoísta por la hegemonía global. El “sueño americano”, que alguna vez inspiró al mundo, se ha transformado en una pesadilla para los propios estadounidenses. Mientras se invierten trillones en conflictos, la calidad de vida en el país ha caído en picada, dejando en evidencia una ironía dolorosa: una nación que busca liderar el mundo no puede ni siquiera liderar su propio progreso interno.
Trump y el espejo de Carter
Es imposible ignorar que este mensaje fue dirigido a Donald Trump, quien siempre se jactó de su política “America First”. Pero Carter, con la sabiduría de quien ha vivido más allá de los aplausos del poder, le lanza una bofetada histórica: ¿cómo puede Estados Unidos ser primero si no se ocupa de lo básico? Mientras Trump y sus seguidores se han enfocado en construir muros y avivar conflictos comerciales, Carter sugiere que el verdadero muro que enfrenta Estados Unidos es el de su propia ceguera estratégica.
Lecciones finales
Carter no se despide con nostalgia ni con idealismo. Sus palabras son una advertencia y un recordatorio de que el poder real no radica en imponer miedo, sino en inspirar progreso. Estados Unidos tiene dos caminos: continuar siendo el guerrero solitario que gasta su fortuna en conflictos interminables o convertirse en un constructor de futuro, como lo ha hecho China.
Lo que Carter nos deja es un desafío para reflexionar. ¿Qué legado queremos construir? ¿El de los trenes que unen o el de las bombas que destruyen? Este es el verdadero mensaje de su última entrevista, y si Trump o cualquier otro líder estadounidense tiene oídos para escuchar, el tiempo lo dirá. Pero mientras tanto, los trenes bala de China no esperarán.
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