Por Amaury Sánchez
En política, los gestos importan tanto como las palabras. La hipotética decisión de Claudia Sheinbaum como presidenta de México, de no asistir a la toma de protesta de Donald Trump, de volver este al poder en Estados Unidos, no sería casualidad ni simple capricho. Sería, como en todo en política, un movimiento calculado, con resonancias en lo doméstico, lo internacional y lo simbólico.
Un acto de resistencia ideológica
Sheinbaum no es indiferente al peso de su narrativa política. Proveniente de la izquierda progresista y con un historial de compromiso con las causas sociales y climáticas, su presencia en un evento que celebraría el regreso de Trump a la Casa Blanca podría desentonar con su identidad política. Trump encarna todo lo que Sheinbaum ha criticado: nacionalismo excluyente, políticas antiambientales y un discurso que fomenta divisiones. La negativa a asistir podría leerse como un acto de resistencia ideológica, un “yo no avalo esto” desde la narrativa progresista mexicana.
El muro invisible entre México y Trump
Trump simboliza para muchos mexicanos algo más que un presidente estadounidense. Es la figura que, desde su primer mandato, exacerbó las tensiones históricas entre ambos países con la retórica del muro fronterizo, las amenazas de aranceles y el trato deshumanizante a los migrantes. Asistir sería interpretado por sus detractores como una normalización de estas posturas. Para Sheinbaum, no estar presente significaría enviar un mensaje: la relación México-Estados Unidos no puede ni debe construirse sobre cimientos de intimidación y unilateralismo.
El cálculo interno: Morena y la narrativa de la soberanía
Morena, el partido al que pertenece Sheinbaum, ha hecho del nacionalismo soberano uno de sus pilares discursivos. La idea de un México que no se arrodilla ante potencias extranjeras es un mensaje que resuena con fuerza entre la base morenista. No asistir refuerza este relato y envía un guiño a los sectores que ven en Trump una amenaza a la dignidad nacional.
En cambio, un representante de menor rango, como el canciller o el embajador, podría encargarse de cumplir con las formalidades diplomáticas. Así, Sheinbaum preservaría el simbolismo de la distancia sin romper los lazos esenciales.
El impacto internacional: jugar en las grandes ligas
En el escenario global, Sheinbaum tiene la oportunidad de posicionarse como una líder progresista que no teme desmarcarse de las potencias cuando sus valores están en juego. Una ausencia cuidadosamente explicada podría alinearla con otros líderes internacionales que ven en Trump un retroceso para la democracia, los derechos humanos y la acción climática.
El riesgo del desaire
Sin embargo, esta decisión no estaría exenta de riesgos. La relación México-Estados Unidos es esencial para ambos países, y cualquier gesto que pueda interpretarse como un desaire podría complicar los primeros meses de una hipotética relación bilateral bajo el gobierno de Trump. Por eso, sería crucial que Sheinbaum enmarque esta ausencia como un gesto de principios y no como un rechazo absoluto a la cooperación.
Conclusión: Claudia Sheinbaum, entre el símbolo y el pragmatismo
A mi estilo como Amaury Sánchez, quien veo la política como un escenario donde las palabras y los gestos crean realidades, esta decisión de Sheinbaum sería un reflejo de su habilidad para equilibrar lo simbólico y lo pragmático. No ir a la toma de protesta de Trump sería una declaración de principios, sí, pero también un movimiento estratégico para consolidar su imagen dentro y fuera de México.
La política, al final, es el arte de enviar mensajes, y Sheinbaum parece saber bien qué mensaje quiere enviar.
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