Por Carlos Anguiano
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Vivimos en una sociedad que es repelente a involucrarse a fondo en los asuntos de lo público, de la política, de sus gobiernos. Vivimos en un país donde la brecha entre gobernantes y gobernados es grande y se ensancha cada día más. Resulta increíble conocer los resultados de las encuestas y las mediciones de la opinión pública, en las que las calificaciones extraordinarias que le conceden al gobierno en turno deben de ser analizados con reservas y con mucho cuidado, toda vez que la generosa calificación y lo positivo de sus porcentajes de aprobación no parecen corresponder con logros, objetivos cumplidos, metas alcanzadas ni resultados positivos obtenidos por el gobierno. La corrupción no es menor, la inseguridad se incrementa cada vez más, los servicios públicos dejan mucho por desear, los abusos, excesos, lujos y privilegios de los gobernantes, en vez de desaparecer, aumentaron.
En tiempo actual, pareciera confortable para quienes nos gobiernan el momento y el estado que guardan la administración pública, las finanzas gubernamentales y la exigencia social hacia sus funcionarios de gobierno. Parece que cruzamos por un espejismo o una zona de franca negación de la realidad, donde se aplaude y se elogia a quien en los hechos debe, no merece, no alcanza fines ni cumple metas colectivas en su quehacer público. Millones de mexicanos han sido acallados, se han retirado y desvinculado a actividades de participación social voluntarias. Los elogios postizos evidencian resignación, apatía, desgano y falta de motivación para remar contra la corriente.
Hoy por hoy, ante los números positivos, hay quien hecha las campanas al vuelo y se creen que son buenos en lo que hacen, populares de verdad y no simplemente solapados por un pueblo que no está dispuesto a luchar por mejorar, sino que cómodamente se instaló en la inacción, en el no debatir, no cuestionar, no vigilar a sus gobernantes, sino fácilmente permanecer al margen aplaudiendo a la distancia, en una demostración de mediocridad, complacencia, complicidad y malas costumbres, que generan la apatía suficiente para que el 3% de nuestra sociedad, transite surcando el tiempo de su periodo de gobierno sin contra tiempos, sin estrés, sin rendir cuentas efectivamente, sin explicarle a quienes saben y se dan cuenta, pero evitan involucrarse en corregirlo, pues es más sencillo, cómodo y pueden rescatar algún beneficio discrecional en el proceso, llámese beca, apoyo patrimonial o programa social.
Esta claro que cuando una sociedad exige, permanece alerta, cuestiona a su gobierno, increpa a sus políticos sin perder el respeto, genera que al visualizarse sus acciones, inhiban los abusos, reduciendo la corrupción, motivando la rendición de cuentas y la entrega de mejores resultados del gobernante para con sus gobernados. Lo peor que puede ocurrirle a una sociedad -justo lo que nos está pasando en México ahora-, es normalizar la ineficacia, invisibilizar la corrupción, dejar de pedir explicaciones a su gobierno, evitar participar en la toma de las decisiones y dejar a los políticos que hagan y deshagan a sus anchas, sin límites, sin controles ciudadanos auténticos. Es falso que exista beneplácito entre la ciudadanía. Los resultados alcanzados no nos llevan a un lugar ideal ni a una situación ejemplar ni al menos recomendable. Estamos peor en muchas áreas y cada vez se agravan más problemas añejos, con nuevas aristas y nuevas modalidades. No debemos acostumbrarnos ni rendirnos ni pensar en que no podemos estar mejor. Debemos abandonar la apatía e involucrarnos en los temas públicos. La mejora es posible, pero para alcanzarla, los ciudadanos deberemos ejercer nuestro poder y exigirle más a nuestra clase política y a nuestros gobernantes, sin importar su origen ni militancia partidista, siempre bajo el filtro del deber ser, de la mejora continua, de la ética, la legalidad y el dar buenos resultados, que para eso se les paga.
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