
Por Arq. Jorge Eduardo García Pulido –
México ha sido históricamente un país de refundaciones. Cada etapa de crisis ha dado paso a un nuevo relato nacional, casi siempre encarnado en una figura fuerte, un partido dominante y una promesa de redención. Plutarco Elías Calles y Andrés Manuel López Obrador son dos rostros de ese fenómeno: líderes que, desde contextos distintos, han buscado reconfigurar el Estado mexicano desde una visión personalista, con narrativas épicas y estructuras partidistas que concentran poder.
Pero si algo nos enseña esta analogía, es que el verdadero cambio no se decreta desde Palacio Nacional. Se construye desde la ciudadanía.
El poder como proyecto personal
Calles, tras la Revolución, entendió que el país necesitaba orden. Fundó el Partido Nacional Revolucionario (PNR) en 1929 para institucionalizar la lucha armada, pero terminó gobernando desde las sombras durante el Maximato, imponiendo presidentes y decisiones. Su legado fue doble: estabilidad institucional y autoritarismo silencioso.
López Obrador, en cambio, emergió de la crisis de representación del siglo XXI. Con Morena como vehículo, ha centralizado decisiones, tensionado con el Poder Judicial y organismos autónomos, y extendido su influencia más allá del cargo. Su narrativa lo coloca como heredero de Juárez, Madero y Cárdenas, pero su estilo recuerda más a Calles: fuerte liderazgo, control partidista y polarización social.
Ambos han apelado al pueblo como fuente de legitimidad, pero también han debilitado contrapesos, invisibilizado disensos y usado el aparato estatal como vehículo de transformación ideológica.
Crítica con memoria
La historia no se repite, pero rima. Y en esa rima, hay lecciones urgentes:
• Narrativas excluyentes: Cuando el poder se narra como verdad única, se invisibilizan voces disidentes, saberes locales y comunidades diversas. El país se reduce a una sola voz, una sola historia, un solo destino.
• Instituciones vulnerables: La concentración de decisiones erosiona la autonomía judicial, legislativa y social. La democracia se debilita cuando los pesos y contrapesos se convierten en obstáculos a vencer.
• Polarización civil: El discurso binario (pueblo vs. élite, buenos vs. traidores) fractura el tejido comunitario y dificulta el diálogo. La política se convierte en guerra simbólica, y la ciudadanía en campo de batalla.
Propuestas para una transformación ciudadana
La historia mexicana no debe repetirse como ciclo de caudillos. Debe evolucionar hacia una democracia viva, plural y participativa. Para ello, proponemos:
• Repolitizar lo cotidiano: Defender espacios públicos, exigir transparencia, cuidar el lenguaje y el diálogo. La política no está solo en las urnas, sino en las banquetas, los mercados, los medios y las aulas.
• Construir comunidad: Fomentar redes de afecto, memoria y resistencia que trasciendan partidos y liderazgos. La democracia se fortalece cuando se vive en comunidad, no cuando se delega en un salvador.
• Narrar desde la diversidad: Promover medios, historietas, campañas y símbolos que celebren la pluralidad mexicana sin caer en dogmas. La cultura política debe ser espejo de nuestras diferencias, no borrador de nuestras identidades.
• Fortalecer contrapesos: Exigir autonomía institucional, rendición de cuentas y respeto a la ley como pilares de la democracia. El poder debe ser vigilado, no venerado.
Ciudadanía activa: el nuevo poder
México no necesita otro Jefe Máximo. Necesita una ciudadanía que cuestione, proponga y construya. Que no se conforme con ser espectadora de la historia, sino protagonista de su transformación.
La Cuarta Transformación será verdaderamente histórica si logra trascender al líder y convertirse en cultura democrática. Y eso solo ocurrirá si la sociedad deja de parecerse a la que aplaude sin cuestionar, y empieza a parecerse a la que construye sin permiso.
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