Por Amaury Sánchez G.
No de patria, ni de independencia, ni de libertad: un grito administrativo con lista en mano, como si Hidalgo hubiera salido en 1810 con una libreta diciendo:
—A ver, empleados de la Nueva España, nombre y firma, por favor, y no olviden traer su pulsera tricolor para poder pasar al atrio.
Porque así fue: la patria se administró como si fuera curso de capacitación de oficina pública. Obligados a asistir, formados como soldados de papel, los empleados estatales no iban por convicción, iban por nómina. La diferencia entre faltar al Grito o faltar al trabajo era prácticamente la misma: el castigo caía en la quincena.
El ritual tuvo toda la gracia de un mitin disfrazado de fiesta. Afuera, las primeras filas eran ocupadas por funcionarios con sonrisa de catálogo, acomodados estratégicamente para tapar al pueblo como biombo humano. El “ciudadano de a pie” quedó, pues, bien lejos, detrás de las vallas, condenado a gritar “¡Viva México!” desde la banqueta, mientras veía cómo el Ejecutivo convertía la plaza pública en salón privado.
Y entonces apareció la joya de la noche: la pulsera naranja. Ese pedazo de plástico fosforescente que, en teoría, daba acceso a Palacio. Ya no bastaba ser mexicano, ni patriota, ni gritón. Había que portar el color corporativo del régimen, como si la identidad nacional hubiera sido sustituida por un código Pantone.
¿El mensaje? Muy claro: sin pulsera, no hay patria. Sin obediencia, no hay fiesta. Sin lista, no existes.
Los gritos de “¡Viva México!” fueron coreografiados como en reality show barato. Cuando el Ejecutivo levantaba la mano, todos al unísono gritaban con más miedo que fervor. El aire no olía a pólvora ni a independencia, olía a nómina sudada, a burocracia disfrazada de entusiasmo patrio.
Y mientras en el balcón se inflaba el pecho del gobernador, creyéndose orador de epopeya, abajo los empleados contaban los minutos:
—¿Ya acabamos?
—No, falta la selfie oficial.
—¿Y luego?
—Pues aplaudir fuerte, que se note en la transmisión, y ya.
Humor negro es pensar que en la noche que conmemora la libertad, los ciudadanos fueron excluidos con vallas, y los empleados se volvieron rehenes de la escenografía. Humor negrísimo es recordar que Hidalgo gritó para romper cadenas… y en Jalisco el grito se dio para reforzarlas con pulseras.
“¡Ay Jalisco, no te rajes!”, gritaron con fervor televisado.
“¡Ay Jalisco, no te prestes!”, murmuró el eco incómodo de la calle.
La fiesta patria acabó como empezó: entre la simulación y la obediencia. Porque cuando necesitas listas y pulseras para asegurar tu Grito, lo único que demuestras es que el pueblo ya no grita contigo. Grita de ti.
Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que La Verdad Jalisco no se hace responsable de los mismos.