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Ajedrez geopolítico: Friedman dixit


Por Carlos Anguiano

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El mundo, a veces, parece una montaña rusa de eventos sin sentido. Un día, una guerra; al siguiente, un desplome económico. Sin embargo, para mentes como la de George Friedman, el caos es una ilusión. Detrás del telón de la historia, las fichas se mueven con una lógica implacable. En su libro, «Los próximos 100 años: un pronóstico para el siglo XXI», el cual recomiendo ampliamente su lectura, Friedman no se limita a predecir, sino que nos invita a ver el presente como el preludio de un drama que ya está escrito, aunque con espacio para giros inesperados. Y si bien sus tesis pueden parecer ciencia ficción, tienen la solidez de una jugada de ajedrez bien pensada.

Friedman nos dice que dejemos de lado el terrorismo yihadista, esa «guerra» que ha dominado las portadas por dos décadas. Para él, es solo una escaramuza, una distracción del verdadero conflicto. El auténtico show del siglo XXI es un resurgimiento de potencias que desafiarán, una y otra vez, la hegemonía estadounidense. Pero este no es un choque de imperios al estilo del siglo XX. Es más sutil, más estratégico.

La primera mitad del siglo, nos dice Friedman, será una especie de secuela de la Guerra Fría. El telón de acero se ha oxidado, pero el fantasma de Rusia acecha de nuevo. La gran confrontación no será ideológica, sino por el control de la Europa del Este. Friedman visualiza un «Intermarium», una alianza de países como Polonia, Rumania y la República Checa, que, apoyados por Estados Unidos, actuarán como un cordón sanitario contra el expansionismo ruso. En este escenario, Polonia y Turquíaemergen como jugadores clave, potencias que recuperan su antigua influencia y se convierten en los verdaderos contrapesos de sus vecinos más grandes.

Pero el juego se complica en la segunda mitad del siglo. A medida que Rusia se debilita y China se fragmenta por conflictos internos, surgen nuevos actores. La predicción más provocadora de Friedman es la de una nueva guerra mundial alrededor de 2050. No será la masacre de trincheras del siglo pasado, sino un conflicto tecnológico y espacial, donde los misiles hipersónicos y las batallas por el control de satélites se vuelven la norma. El enemigo, en este caso, es una coalición de potencias que sienten el peso del dominio estadounidense: un Japón que recupera su espíritu militar, una Alemania en declive demográfico y una Turquía que busca dominar su propia esfera de influencia. Es una visión que suena a novela de Tom Clancy, pero que se sustenta en la lógica de que el poder siempre genera contrapoder.

Sin embargo, el giro más fascinante de la narrativa de Friedman no se da en los campos de batalla, sino en las cunas y los flujos migratorios. Mientras la élite de las naciones ricas envejece y se reduce, Friedman apunta a una solución inevitable: la inmigración masiva. Y en este punto, el destino de Estados Unidos se entrelaza de forma irreversible con el de México. La creciente población de origen mexicano no solo sostendrá la economía y la sociedad estadounidense, sino que eventualmente convertirá a México en una potencia global. El siglo XXII, nos dice Friedman, no se definirá por la rivalidad con China, sino por el desafío geopolítico de un México fortalecido, un vecino que, a través de la demografía y la cultura, habrá cambiado las reglas del juego.

La lectura de Friedman es un ejercicio de desapego. Nos exige dejar de lado las noticias del día y mirar el mapa del mundo con la perspectiva de un estratega militar, de un historiador que ve patrones donde otros solo ven caos. Su lenguaje es directo, sin adornos, pero el mensaje es profundo: la historia no se ha detenido. Las viejas potencias caen, las nuevas se levantan y el ciclo de la lucha por el poder es tan antiguo como la civilización misma. Al final, Friedman no nos da respuestas, nos da una hoja de ruta, un mapa para entender cómo el tablero de ajedrez global podría lucir en el futuro. Y lo que nos queda es la tarea de observar, con los ojos bien abiertos, cómo se mueve la siguiente ficha.


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