Por Amaury Sánchez
Dicen que en México si algo no falta, es tierra para enterrar muertos y discursos para justificarlo. Y en Jalisco, donde la tierra es fértil y los pronunciamientos institucionales caen como lluvia de junio, esta semana floreció otro lamentable caso que nos recuerda —otra vez, sí, otra vez— que buscar a los desaparecidos puede costarte la vida. O como diría cualquier autoridad: “Lamentamos profundamente que una vez más, lamentamos”.
Esta vez se trató de María del Carmen Morales y su hijo Jaime Daniel, asesinados en Lagos de Moreno, en pleno corazón de un país que promete “no permitir la impunidad” cada vez que la impunidad le hace un agujero nuevo al alma nacional. Ella, integrante del colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco, se dedicaba a buscar lo que el Estado no puede, no quiere o no se le da la gana buscar: a los desaparecidos.
Y entonces, como marcan las sagradas escrituras del manual del político en tiempos de crisis, llegó el comunicado. Un tuit con las frases exactas:
“Lamento mucho…”
“Mi más sentido pésame…”
“Reitero mi respaldo…”
“No permitiremos la impunidad…”
¡Qué alivio! Ya con eso, casi se siente que todo está bajo control. Casi.
Pero no nos hagamos, ya nos sabemos esta coreografía de memoria. Empieza con un crimen, le sigue el lamento institucional, luego un retuit del gobernador abrazando a la justicia (pero con cubrebocas, porque no vaya a ser que se le pegue algo), después una rueda de prensa donde se promete coordinación “entre los tres órdenes de gobierno” (lo que normalmente significa que nadie quiere cargar el muerto, literal), y termina con lo de siempre: nada.
Porque si hay algo que el gobierno mexicano ha perfeccionado más que el arte del disimulo, es el del consuelo burocrático. Las buscadoras piden apoyo, protección, peritos, y el Estado les da likes. Ellas arriesgan la vida con pico y pala en el monte, y los funcionarios les mandan fuerza… pero por WhatsApp. Si eso no es participación ciudadana versión 4.0, no sé qué lo sea.
Eso sí, lo de “trabajar para dar con los responsables” es la frase estrella. Se dice fácil, se repite mejor y se ejecuta… bueno, ahí sí ya no se comprometen tanto. Porque en este país, cuando asesinan a una buscadora, la impunidad no es un descuido: es sistema. No es omisión: es estructura. Y no es accidente: es mensaje.
Mientras tanto, los colectivos siguen haciendo el trabajo del gobierno, pero sin salario, sin escoltas, sin chalecos y sin fuero. A ellas sí nadie las protege, y cuando las matan, el Estado llora… con dignidad, eso sí. Porque nada como un buen funeral para recordar que en México el único aparato que sí funciona a toda máquina es el del pésame oficial.
¿Y la sociedad? La sociedad también juega su parte: se indigna un rato, comparte el comunicado con emojis de llanto, y luego se le pasa. Porque en un país donde los desaparecidos ya no caben ni en las cifras, la empatía también tiene fecha de caducidad.
Así que sí, lamentamos. Lamentamos como nadie. Tenemos tanta práctica que podríamos montar una Secretaría del Lamento Nacional. Podría tener oficinas en cada estado, operativos especiales, hasta su propio himno: “Perdón por el inconveniente, estamos matando gente”.
Pero mientras no haya justicia, protección real para las buscadoras, coordinación verdadera entre niveles de gobierno, y voluntad para limpiar las instituciones podridas hasta la médula… mientras no haya eso, todo este espectáculo institucional no es más que un teatro de condolencias. Un musical trágico sin final feliz.
Y ya para terminar, queridos lectores, les dejo un dato para el insomnio: en México, más de 110 mil personas están desaparecidas. Y no hay suficientes palabras en ningún diccionario para lamentarlo como se debe.
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