Por: Amaury Sánchez
¿Alguien más sintió que lo de Zelenski en la Casa Blanca fue como ver a un boxeador entrar al cuadrilátero esperando a su entrenador… solo para que este le diera la espalda y se pusiera a platicar con el promotor del rival? Porque eso es justo lo que pasó: Estados Unidos le hizo la ley del hielo a Ucrania, y mientras tanto, Putin debe estar descorchando una champaña con la misma emoción con la que un político recibe su aguinaldo.
Trump y su compadre J.D. Vance (a quien ya podemos llamar “San Judas Tadeo” porque parece que protege más a Rusia que a los desesperados) le hicieron el feo a Zelenski con una frialdad digna de una madre que descubre que su hijo se gastó el dinero de la despensa en FIFA Points. La escena fue de esas que hasta incómoda da verla: el líder de un país devastado por la guerra, parado ahí con cara de “¿y el apoyo que me prometieron?”, mientras al otro lado lo ignoraban como a un vendedor de seguros en una reunión familiar.
Pero vamos al punto: ¿quién ganó con este numerito?
• Putin, que ya debe estar pidiendo triple vodka en el Kremlin. No es lo mismo pelear contra una Ucrania respaldada por EE.UU. que contra una Ucrania a la que le quitaron la silla cuando estaba por sentarse. Con esta señal, el zar moderno puede frotarse las manos y decir: “A ver si ahora se rinden de una buena vez”.
• Europa, que ahora está como cuando te dejan con la cuenta en un restaurante carísimo. A ver, señores de Bruselas, Berlín y París, ¿quién va a poner la lana ahora? Porque si EE.UU. se sale de la ecuación, o Europa se pone seria o en unos años tenemos a Rusia tocando la puerta de Polonia como vendedor de enciclopedias.
• Trump, que está jugando al tipo duro, pero sin tocar a los que realmente pueden devolver el golpe. Es muy fácil hacerle el feo a un Zelenski desesperado, pero, ¿qué pasará cuando tenga que mirar a Putin a los ojos? ¿Se pondrá igual de bravo o sacará la sonrisa de vendedor de tiempo compartido?
Esto no es solo un desaire diplomático, es un mensaje claro: Estados Unidos está dejando a Ucrania en el frío y le está guiñando el ojo a Rusia. Y conociendo a Putin, esto lo va a aprovechar como suegra en quincena.
Así que, querido lector, si la geopolítica fuera un chisme de barrio, este sería el momento en que todos nos quedaríamos boquiabiertos, viendo cómo el héroe se queda sin apoyo, el villano se frota las manos y el resto de los personajes se preguntan ”¿y ahora qué hacemos?”
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